Son las 7:00am y Carlos I de España y V del Sacro Imperio Serrano Germánico descansa plácidamente en uno de sus tantos palacios de Valladolid. Un obeso mensajero se aproxima al regio palacio, mientras la reina Juana I de Castilla calienta los tamales en el microondas. “Posh hombre, joder. Despertaos Carlos, coño, joder, que esos tamalillos de las Indias se van a enfriar, ostias, joder”, le reclama la divina e insana reina a su hijo quien chorreado en la cama King Size le espeta. “Posh, madre, os digo que soy el regio rex de rexes. Si quiero chorrear majestuosamente, dejadme, loquilla. Os ruego, eso sí, que esos tamalillos los sirvas con cebollina y con el picante traído de las Indias. Tened extremo cuidado con mi encomienda, mujer, joder, que CIVA cobra muy caras las encomiendas”. Se observa una caja con una misteriosa inscripción: “Encomienda para Carlos I, Emperador del Imperio Serrano Germánico. FRÁGIL”. Un lacayo ingresa a la habitación real. “Os ruego me perdonen, mis majestades católicas, pero un mensajero ha llegado de las Indias con una carta que merece de vuestra aprobación urgente”. Carlos I hace un ademán y el lacayo hace entrar al mensajero perulero. El mensajero perulero se inclina delicadamente y, luego, les dice a ambas regias majestades católicas. “¡Hablen pe’!, majestades. ¡Estoy así emocionadazo! Me he metido un tripsazo desde mi jato en el Cercado hasta acanga. Si les contará cómo fue el trip en barco, se mueren. Oe todo acá está bien elegante, ¡ashu! Bueno, pucha no les voy a florear, ta’ que reyes me han hecho correr como loco on’. Ese caballo estaba hasta el ojete, sus majestades. Un favor, a la próxima manden un jamelgo más power porque este estaba hasta el cuuuuento, les cuento que vengo desde Lima a traerles una cartita. Aquí les traigo el cargo… una firmita, por favorcito. Aquí tengo otro cargo… otra firmita. ¡Gracias! ¡Se pasaron!…Uy, huelo tamalitos, ¿puedo mi reina? Están en algodón, pucha a la próxima me avisan para traerles una encomienda. Yo escribí un Tratado de Tamales en Lima… ¡Ahhh! Mi vieja hace tamales también. Los vende en la puerta 3 del Cercado…”. El rey se levanta y vocifera “¡SILENCIO! ¡CALLAOS SERRANO PERULERO! ¡MUCHO HABLAS Y POCO DICES! ¿QUÉ MENSAJE TIENE ESTA CARTA?”
En Lima, Fray Tomás de San Martín arrodillado ora a Papa Lindo: “Os ruego, Jesucristo que Arnulfoncio Gomes de Chanchez haya llegado con vida a Valladolid. Os ruego que no haya importunado a sus majestades con la historia de la chicha y con sus tratados sobre los tamales que francamente a nadie le importa”. Fray Tomás se levanta y camina por el Convento del Rosario. Mira como algunos jóvenes frailes y laicos empiezan a pegar papeles en las paredes del convento. “¡LATINOAMÉRICA Y EL CHÉ GUEVARA! Ponentes: Dante Castro y Augusto Lostanau”. Otros están sentados comiendo vísceras de gallinas, algunos están acariciando a un perro gordo pulgoso y, finalmente, dos niños mestizos de 40 años soplan unas flautas indígenas y le dan vida a un tambor. “¡OJALÁ QUE VUELVA CON VIDA ARNULFONCIO! ¡Ya quiero que se vayan todos estos bastardillos del Convento! ¡Habrase visto!” Fray Tomás desea que Carlos I firme la Real Cédula para desalojar a todos los chavalillos quiénes inundan con sus fluidos y desbordan con bolsitas de maníes el plácido convento. Él pacientemente espera que el mensajero perulero logre que la real mano ayude a desalojar a todos estos mentecatos y embusteros de las sacrosantas instalaciones dominicas. San Marcos, así desde sus inicios, nació como la historia de un desalojo. Volvamos con la historia.
Después de haber bebido clarito y ya amansado Carlos I, su regia majestad decidió expedir la Real Cédula para la creación de la “Universidad de Lima”. Y así que un sábado 12 de Mayo de 1551, el emperador serrano germánico en medio de una resaca le dijo al mensajero perulero. “Posh, hombre, joder, chavalillo cabrillo. Tus buenas dotes y tus excelentes gestiones me han convencido para adquirir un solar en el Cercado y otro solar en un misterioso poblado llamado San Miguel de Piura… ¡ah y claro!… me falta expedir la Real Cédula para crear esta universidad y alejar a los ambulantes y militantes del MOVADEF del convento de los dominicos. ¡OS HE FIRMADO!” Arnulfoncio en medio de la emoción cogió un tamal y se limpió las lágrimas con él. “Oh rex de rexes, ¡te pasaste! Ahora sí podremos hacer conferencias, coloquios, seminarios y congresos sin la mirada inquisidora de los padrecitos. ¡Seremos plurales sin la necesidad de la Iglesia! ¡Te mandaré un whatsapp cuando hayamos convocado a nuestra primera verbena! ¡Van a estar Los Mojarras y Papillón la del rico vacilón! Te empatas con vuestra madre Juana I y ahí les invito de mi Cifrut”. Así dijo Arnulfoncio después de dejarle un tratado sobre tamales al emperador. “No sé para qué coño servirá, pero os agradezco el gesto, gordo sodomita perulero”.
Después de un viaje de meses y ya de vuelta en el puerto del Callao, Arnulfoncio fue intervenido por un cogotero virreinal. “Batedia, fuelta el fenfillo, batedia. Ya pedifte”. El gordo experto en tamales gritó de la emoción: “¡Ayyyy qué emoción! ¡Me siento de nuevo en mi país! ¡Llévate todo mi jornal!”. Le tendió la mano al virreinal cogotero chalaco y, después de darle todas sus monedas al infame bandolero nativo del Callao, emprendió el camino hacia el convento de los dominicos. “¡Fray Tomás, llegó Arnulfoncio con la Real Cédula!”, gritó un joven fraile. Todos los sikuris, perros callejeros, vendedores de panchos y jóvenes promesas de 50 años se agolparon alrededor del gordo perulero. Arnulfoncio movía un papel y Fray Tomás se persignó. “¡Aleluya, mi querido y más mejor alumno! ¡Habéis vuelto con buenas nuevas!”
Ya todos más descansados, después de una orgía sodomita organizada y aprobada por el experto en orgías sodomitas Felipillo Mantequillas, empezaron a leer el documento. Amarga fue la sorpresa para Arnulfoncio pues los padrecitos iban a seguir en el rectorado a pesar de las promesas de Carlos I. “Concha su madre, el rey me cagó”. Tampoco para Fray Tomás fueron buenas nuevas pues la Real Cédula si bien indicó que se iba a construir un nuevo local para la ciudad universitaria, la orden dominica iba a seguir a la cabeza de la enseñanza de estos jóvenes badulaques. “La concha de vuestra madre, su majestad me defecó”. Pasaron varios años y en medio de huelgas, tomas del rectorado e incendios provocados por el alumnado, los laicos iban comprando cargos en la gestión de la “Real Universidad de Lima”. Esta Real Universidad seguía su camino y se iba consolidando como el mejor centro de enseñanza de ofimática y reparaciones de computadoras. Debido a las huelgas, tomas y prebendas, las autoridades descuidaron registrar la razón social de la universidad. Así unos viles vendedores de ranfañote registraron en INDECOPI la razón de “Universidad de Lima”, de esa forma las autoridades eclesiásticas convocaron a un concurso para elegir el nuevo nombre de la universidad. Se le encargó tremenda responsabilidad a Arnulfoncio, quien ya más anciano, posteó en el Facebook de la Real Universidad de Lima que se iba a convocar a un concurso donde se iba a sortear una licuadora y dos entradas para una verbena para el ganador del “nombre más original para nuestra casa de estudios”. Varias propuestas llegaron como “Universidad Tecnológica de la Mazamorra”, “Universidad Tahuantinsuyana del Pedú”, “Universidad De La Huaca donde tiré con Jairo después de la Verbena de Odontología”, “Universidad de Los Tubos”, entre otras. Cansado y decepcionado de las nombres, Arnulfoncio tuvo una mejor idea. “¡YA SÉ!” En una bolsa de chifles, coloco cuatro papelitos con los nombres de los cuatro evangelistas: Lucas, Mateo, Marcos y Juan. Se paró en medio del nuevo local y estaba esperando una señal de los cielos. Los curiosos se acercaron, él deseaba que un niño sacara el nombre de la universidad… pues no había criatura más inmaculada que un niño de estas tierras y por obra del cielo un niño que vendía frunas cansado se sentó en la calzada. Arnulfoncio lo vio y le pasó la voz. El niño se señaló a sí mismo y miró hacia sus costados. Se acercó al gordo perulero y le dijo “¿Quiere frunas, señor?”. Le indicó que le iba a pagar un real, si metía la mano a la bolsa de chifles. El niño asustado le preguntó si no era del Sodalicio. A lo que Arnulfoncio le dijo que no. Aliviada la justa curiosidad del niño, metió la mano y ahí estaba el nombre de lo que iba a ser el más grande y viejo estacionamiento del Pedú. De sus aulas egresaron presidentes de la república, intelectuales notables, héroes de la independencia, amantes del país, un premio nobel y vendedores de panchos. El niño no sabía que había participado en una parte importante de la historia de un reino alejado de la mano de Carlos I. “¡San Marcos!”, gritó el perulero. “¡SAN MARCOS! ¡SAN MARCOS!” Y hasta ahora se escucha ese grito. Fin.