1. Un psicosocial es posible en cualquier lugar
No se puede empezar una discusión de los hechos sin entender primero que la posibilidad de agredir a ciudadanos a partir de hechos no comprobados no es una marca exclusiva de “pobladores de los cerros”. De hecho, uno de los episodios más anecdóticos de esta ciudad de tercer mundo cumple las mismas características que lo que sucedió en Huaycán: Los Malditos de Larcomar. En junio de 2008 un grupo de ciclistas de San Juan de Lurigancho fue detenido cerca al conocido centro comercial, mientras se preparaba para una competencia. Los jóvenes estuvieron encarcelados seis días sin que alguna prueba los conecte a una organización delictiva. Sí, en uno de los distritos con mayor Índice de Desarrollo Humano del Perú la vecindad también ataca a ciudadanos foráneos, con la diferencia de que una digna vecina de Miraflores jamás saldría a capturar “sospechosos”, porque tiene serenos y policías en cada esquina dispuestos a hacer el trabajo sucio -la detención policial-. En Huaycán, en ausencia de esos elementos del Estado, los arrestos ciudadanos se vuelven no solo necesarios, sino cotidianos.
Y eso que no vivías en Huaycán.
Y eso que no vivías en Huaycán.
2. Se necesita un desencadenante razonable, y en Huaycán lo tenían: trata de personas
Está ampliamente documentado que la explotación sexual de niñas y adolescentes es usual en Huaycán. Las avenidas José Carlos Mariátegui y Cáceres, en la Zona A, cuentan con varias agencias de empleo, a donde decenas de menores de edad de las Zonas V, R, K o T, todas en situación de pobreza extrema y muchas quechuahablantes, van para buscar empleos como impulsadoras o empleadas del hogar. En esos espacios son captadas por “jaladores”, quienes les suelen ofrecer sueldo mínimo y cama adentro, para secuestrarlas en prostíbulos durante semanas e incluso años. Esto no es un rumor, de hecho una crónica de La República el 2009 contaba con la entrevista a una de las adolescentes secuestradas de Huaycán, quien sostenía que junto a ella había 16 mujeres más de la zona, todas entre los 14 y 15 años.
Las vecinas no viven en un mundo de fantasía: que sus hijas sean secuestradas no solo es posible, sino real.
Las vecinas no viven en un mundo de fantasía: que sus hijas sean secuestradas no solo es posible, sino real. Los rumorólogos aprovechan eso.
La fabricación del rumor, entonces, no solo se valió de creencias, sino que más bien el empleo de estas fue resultado de un rumor original que sí era absolutamente probable dados los antecedentes: una mafia que ronda colegios de la zona para secuestrar a menores de edad, una mafia que no solo era sindicada como “roba órganos”, sino como tratante de personas, pero como lo espectacular siempre es más atractivo, lo que llegó a los medios de comunicación fue la noticia de que una sarta de brutos se había movilizado porque los “pishtacos” los invadían.
Lo que puedes ver en televisión es hasta a cuatro grupos con intereses distintos: un grupo externo que azuza -de ellos se hablará más adelante-, un grupo que se moviliza preocupado por la posible captura de explotadores sexuales que acechan a sus hijas, un grupo que está ahí movilizado por rumores alucinantes y un grupo que no tiene capacidad para manejar la situación socialmente y más bien lo hace con balas -los policías, que según una dirigente vecinal identificada como Beatriz Cárdenas, se portaron soezmente con los ciudadanos, ya lo habían hecho en otras ocasiones, lo que desencadenó la furia-.
3. Si el rumor sale de un lugar pobre, a nadie le interesará el origen o su naturaleza, solo juzgarán la ignorancia de los receptores
Y esto lo saben muy bien los -fujimoristas- que elaboraron el rollo. Es muy factible crear un psicosocial en La Molina, pues basta regar de cuatro formas distintas y paralelas el rumor de una banda de robacasas que se camufla como brigadas de SUNAT en el distrito, para que tengas a cien vecinos llamando a su Serenazgo para denunciar la presencia de robacasas en Raúl Ferrero o La Planicie en una hora. Pero, al ser La Molina un espacio muy “conectado” al país oficial, será muy fácil que los medios de comunicación y las redes sociales logren entender en pocas horas el origen de los rumores, sus intenciones y responsables, porque la dignidad de los vecinos de la zona está en juego. Eso no es conveniente para una mafia interesada en no dejar huella.
No dejar huella, dijimos.
No dejar huella, dijimos.
Como Huaycán, en cambio, es un espacio asumido como el corral de los chanchos al que hay que ir a visitar con chocolatadas, lo primero que ocurrirá si se esparce un rumor, hay detenidos y una batalla campal, no será intentar entender cómo es que los ciudadanos llegaron a creer en la existencia de una mafia, o por qué terminaron en batalla campal contra la policía, ¡vamos, todos quieren tener argumentos para demostrar que los pobres son energúmenos, el origen de esos asuntos no importa! Como en pocas horas tendrás a toda la corriente de opinión discutiendo la ignorancia de los ciudadanos, el origen quedará en un segundo plano, y más bien todos pasarán a discutir en el noticiero dominicial que TODA la gente se dejó llevar por un dibujo -¡son brutos, pues!-.
Resumen: si puedes hacer un psicosocial, no elegirás un lugar donde los ciudadanos importan, sino uno al que la opinión ya tenga fichado como ignorante, de ese modo podrás colocar la bomba, salir caminando, y cuando esta explote, todas las sospechas y culpas recaerán sobre quienes viven ahí.
5. Si un día en tu barrio todos empiezan a correr por un apocalipsis zombie, tú no te sientas a llenar un Sudoku: también corres
Un día estás sentado tranquilo revisando tu Facebook, cuando ves una publicación en el grupo de tu barrio que afirma que han visto rondar a una banda de robacasas, y tú ignoras el asunto porque eres un buen ciudadano y no crees en lo que sale en Facebook -como cuando compartes los sorteos de camionetas y iPhones-, pero minutos más tarde un audio llega a tu celular en el que una mujer te vuelve a reiterar “vecinos, tengan cuidado, hoy han vuelto a ver a los robacasas rondando las manzanas, cierren bien su reja”, ¿ya estás palteado, verdad?, recuerda que en menos de un año han vaciado por lo menos unas diez casas en tu manzana, entonces, ¿qué sucedería si tras sumar esos robos con lo que viste en Facebook y lo que oíste en WhatsApp, ves a tus vecinas corriendo a la esquina porque “han chapado a tres robacasas”?, ¿te quedas en tu feis, o sales a ayudar a retenerlos?
En resumen, la mafia que llevó a cabo esto conoce bien a su público: un vecindario angustiado por la delincuencia, las mafias de secuestradores y la penetración de las drogas, que es azuzada de formas distintas respecto a peligros que suenan reales, por lo que proceden a hacer un arresto ciudadano que se sale de control, porque personas que nadie reconoce como vecinos comienzan a alborotar las calles -tú que has marchado sabes que los vándalos son expertos en causar caos en menos de un minuto si les pagan bien-, lo que es impulsado por procedimientos policiales sumamente deficientes y conjeturas alucinantes que aparecen en cualquier espacio donde hay caos -sobre todo si tienes personas contratadas para esparcirlas-, todo lo que será resumido anecdóticamente por la opinión oficial: un grupo de pobladores ignorantes que cree en cojudeces mitológicas casi ha matado a dos encuestadores solo por ideas desfasadas. Un argumento que cae como anillo al dedo en una ciudad que siempre está buscando elementos que ayuden a tildar de ignorantes, alcohólicos, violentos y premodernos a los que viven más allá de Javier Prado.
El fujimorismo lo logró: nadie está discutiendo la trata de menores o la presencia de Keiko en Huaycán, sino queriendo entender por qué los “pobladores” son tan bestias y violentos.
Seguirán apareciendo más pishtacos en todo el Perú. Bajarse a Basombrío es el siguiente paso.
PD. El público añadió más referencias de psicosociales en clase media: las protestas para que desintalen antenas de telefonía móvil porque “causan cáncer” en Miraflores, o el rechazo a las monedas de 5 soles del 2015 “porque son falsas”.