Editorial. Por qué está mal que creas que salir de tu zona de confort es un valor positivo

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Ayer por la mañana, los venados del Fundo Pando explotaron por las propuestas de un grupo político universitario, que, de modo literal, proponía que los estudiantes salgan de su zona de confort y hagan visitas grupales a lugares poco concurridos de Lima como Pachacútec, Paraíso o San Juan de Lurigancho. Debe quedar claro que en esta piara nos importa un carajo las mechas entre grupos políticos de Católica, sobre todo porque ninguno tiene en mente bajarse a Marcial Rubio por el cobro de boletas, y en cambio discuten por ver quién ofrece más descuentos en Plaza San Miguel y la aceituna más grande en el menú de 7 soles, por lo que intentaremos ser lo más cordiales y didácticos en la explicación de por qué NO está bien asumir esa propuesta como un valor positivo.

Uno de los rasgos más violentos y normalizados del clasismo es la plebeyización de la cultura popular, esto es, celebrar o imaginar a un país más unido o plural por el hecho de que sus clases medias/privilegiadas toman contacto con espacios marginales, tugurizados o tradicionalmente pobres, ya sea adquiriendo sus “artefactos culturales” -entiéndase su música, su gastronomía, sus indumentarias, su argot o sus danzas- o conociendo sus calles. Es violento porque los que emiten o llevan adelante estas propuestas no se detienen a cuestionar por qué hay lugares pobres en su ciudad, cuyas limitaciones son originadas usualmente por los privilegios de clase inherentes a aquellos. En lugar de eso, solo se reconoce que estos existen per se, que están ahí, y que el reconocimiento de sus características debe ser entendido como un valor positivo que vuelve más humano a quien lo lleva a cabo, sin que esto requiera, en ningún punto de la estrategia, el análisis del origen de las diferencias de clase del emisor y su objetivo.

Me dueles, Arguedas.

Debe quedarte claro lo siguiente, el resto de tu vida: NADIE debe felicitarte por ir a ver pobres, todo lo contrario, si el país fuera un poco más inseguro tú podrías recibir un apedreamiento por reconocer que existe pobreza, y que contrario a asumir tu papel contributivo en el esquema de desigualdad, lo reafirmas y lo adhieres a tu discurso como un valor ciudadano. Paraíso, Pachacútec y gran parte de San Juan de Lurigancho como espacios urbanos no tienen ningún valor histórico que no esté ligado a la pobreza. Sus historias -reales, complejas y de más de medio siglo en muchos de los casos- se han basado en el hecho de que jamás ha habido una política fiscal de vivienda social, lo que fue alimentado por la agresiva concentración de poder político y académico en Lima en el S XX, utilizando para el caso presupuestos que debían servir para construir un país y no una ciudad, escenarios en los que la Universidad Católica y San Marcos -sus académicos, sus alumnos, sus figuras políticas- contribuyeron protagónicamente.

Normalizar que existen pobres ayuda a pensar que es necesario que estos existan, pues se asume que su presencia es inevitable y no subsanable, y alimenta la idea de que es necesaria una clase dirigente que la estudie y le organice chocolatadas. Todas las colectas para ayudar a damnificados por friaje, inundaciones o hambre en la historia republicana del país solo han contribuido a entender que hay pobres con hambre y ricos que deben acudir para ayudarlos y empoderarlos.

La pregunta final de cualquier aludido o aludida que lea esto es, ¿yo contribuyo a que haya pobres en el país?, y la respuesta automática es que sí, y en lugar de explicarte por qué contribuyes, te proponemos una lista de cosas que deberías comenzar a practicar para crear diferencias reales: cuestionar por qué tu familia y no una familia de Paraíso puede pagar una pensión en tu universidad, cuestionar las argollas que te rodean -que existen, eres consciente de ellas, pero no enfrentas porque permiten que te mantengas en la zona de confort a la que hace alusión la propuesta que dio pie a esta editorial-, cuestionar los criterios de selección de trabajadores en los espacios que tú, tus amigas, tus hermanas o familiares laboran o cuestionar por qué tu universidad cada semestre se vuelve más inaccesible para los vecinos de tu ciudad, incluso para tus compañeras que vienen de Comas o Villa El Salvador. No olvides que está HASTA EL PINCHO que una universidad hable de la pobreza en términos que beneficien la “experiencia personal” de sus alumnos. O sea, la pobreza no se puede tratar como un tema turístico-vivencias. Cosificarla es otra forma de ser indiferente.

La foto con los pobres, plz.

¿Te ha incomodado esta editorial?, ¿no?, te felicito, estás un paso adelante, si es que también tomas en cuenta y sigues aportando a esta visibilización de tus privilegios, ¿sí?, bienvenido, esta es la verdadera forma de salir de una zona de confort: a cachetadas.

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