Editorial: Trump, la post-verdad y la peruanización de la política estadounidense

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“…que aceptaré completamente los resultados de estas históricas elecciones presidenciales… si es que yo gano…”

Donald J. Trump

2016 es un año que nos ha generado ideas bastante políticamente incorrectas sobre la Democracia, llevándonos a cuestionar si es verdad eso de que la voz del Pueblo es la voz de Dios (al menos a mí sí, perdónenme por ser tan paramilitar). En Reino Unido, miles de personas fueron a consultar en Google qué era la Unión Europea luego de haber votado contra ella en el referéndum por el Brexit (ver AQUÍ); en Colombia se echaron a perder las negociaciones del proceso de paz por un grupo de fanáticos religiosos preocupados por la ‘ideología de género’ (ver AQUÍ); en Holanda, el partido xenófobo de Geert Wilders sigue siendo la segunda fuerza política del país con su única propuesta de expulsar a los marroquíes (ver AQUÍ); y en Perú, a pesar de las enormes evidencias de fraude (y no lo digo yo, lo dice The Economist, ver AQUÍ) se optó por mantener el proceso en aras de la ‘gobernabilidad democrática’, llevándonos a los resultados electorales que todos conocemos. En Estados Unidos, el tener que elegir entre dos candidatos como Donald Trump y Hillary Clinton nos lleva a pensar si es que a nivel mundial no se está generando una degradación colectiva de la política en la que un escenario como el de la película ‘Idiocracia’ sería considerado hoy una utopía.

(Al menos en el mundo de Idiocracy el Presidente era negro).
No es casualidad entonces, según una reciente encuesta hecha a diversos ‘líderes de opinión’ en Latinoamérica que sea el Perú el país en donde hay una mayor cantidad de gente que apoya a Donald Trump como Presidente de los EE.UU. Que en los últimos años nuestro país se haya vuelto el más conservador de América Latina (el Geoffrey Lannister de la región, según Chumel Torres, ver AQUÍ) tampoco es casualidad si analizamos las particulares características que tuvo el proceso político peruano entre 1987 y 1992: el Aprocalipsis, la insurgencia armada de SL y el MRTA y el shock neoliberal impuesto por Fujimori a la par de la consolidación de su régimen. Ambos hechos, el conservadurismo peruano (en otra editorial trataremos desarrollaremos este asunto) y nuestro apoyo a Trump, están íntimamente ligados.

Como bien señala una reciente editorial del New York Times, la capacidad de diferenciar entre hechos y opiniones es la piedra angular de todo debate democrático en el mundo. Esa capacidad implica distinguir y distanciarse del hecho descrito cuando es necesario. Si tengo una pared verde en frente y yo digo que es verde, eso no me hace verdista ni apologeta del color verde; simplemente estoy describiendo un hecho, independientemente que me guste, esté de acuerdo o no. Al mismo tiempo, si mi interlocutor es daltónico y no puede reconocer el color verde, explicárselo implicaría un proceso reflexivo en donde éste cobraría conciencia de su problema y rectificaría su posición inicial en la cual veía la hipotética pared de otro color.

(Esto ya ni es necesario comentar).
Todo debate político democrático, sea cual sea, tiene esos tres elementos: Distinción entre hechos y opiniones, capacidad de identificar errores en la lógica del pensamiento y capacidad de rectificación y aprendizaje. Esto, que parece una obviedad, no lo es; ya que dichos elementos no existen en la política peruana desde hace unos 25 años. En Estados Unidos, Trump es el iniciador de dicha tendencia. Es la era de la Post-Verdad.

La Post-Verdad no es lo mismo que la mentira. Desde que existe la política como actividad humana, los políticos han mentido para lograr ciertos objetivos, esto lo sabemos, pero la post-verdad es algo muy distinto (ver AQUÍ). Cuando Alberto Fujimori acusaba a los partidos políticos, al Poder Judicial y a las instituciones en general de ser los responsables de la crisis de los años 1980, estaba apelando a una post-verdad; al igual que Donald Trump lo hace cuando acusa directamente al Presidente Obama de ser el mayor terrorista de los Estados Unidos, así como de ser el fundador y financista del Estado Islámico. Ambos saben conscientemente lo que están haciendo porque tienen a su público objetivo claramente identificado: Los marginados, los excluidos del sistema, los de la educación desigual y colapsada (en USA y en Perú), los que están hartos del establishment pero al mismo tiempo no son capaces de derrumbarlo. Y esto no porque sean malos en sí mismos, sino simplemente porque ya no creen en grandes meta-narrativas revolucionarias; lo que quieren es volver a un pasado idílico que nunca existió, quieren volver a sus trabajos, a tener estabilidad, a su vida de antes. Esta es otra consecuencia de la crisis de las izquierdas a nivel mundial, que en Perú la venimos experimentando sin alteraciones desde 1990.

redneck

(El proletariado ya no es el mismo de antes).
La política basada en la post-verdad es una pesadilla doble: La de Orwell y la de Arendt. Bajo la post-verdad, los políticos pueden sostener opiniones diametralmente opuestas al mismo tiempo sin interesarles reparar en las contradicciones lógicas de las mismas. Los seguidores de Trump dicen que el sistema estadounidense es fraudulento y que saldrán a las calles si su candidato pierde, pero a la vez saben que aceptarán los resultados si gana; así como los fujimoristas gritan histéricos contra Paniagua, Toledo y la CVR por ‘proterrucos’ sabiendo muy bien (los pocos que lo saben) que su Presidente indultó a la mayoría de terroristas durante su gobierno (ver AQUÍ). “Fue por los intereses del país”, dicen los fujimoristas de la misma manera en que los seguidores de Trump defienden opiniones de Adolf Hitler bajo el supuesto que fueron dichas por su líder, pero a la vez son capaces de decir que apoyan dichas opiniones… pero no a Hitler (por increíble que parezca, ver AQUÍ). Consecuencia lógica, la post-verdad coloca hechos y opiniones al mismo nivel. Si toda verdad es política, las verdades de la física y la química también pueden serlo. Las evidencias sobre la misoginia de Trump ya no son evidencias, es campaña clintonita (ver AQUÍ).

Esto que para los gringos es algo nuevo, nosotros lo conocemos desde hace años. Para muestra un botón: ¿Han intentado discutir con un fujimorista? ¿Les mostraron hechos? ¿Les explicaron despacito, como para niño de primaria? ¿Lograron algo aparte de ser acusados de terrucos, ignorantes, tirapiedras, etc.? Pues bueno, en Estados Unidos hoy pasa exactamente lo mismo, gracias a Trump. Trump le ha dado voz a gente que jamás debió tenerla (perdónenme nuevamente por facho de izquierda), con las consecuencias que ahora estamos viendo todos.

Trump inicia un ciclo político en los Estados Unidos que va mucho más allá de su persona, así gane o pierda. La era de la post-verdad ha venido para quedarse y con ello, la progresiva lumpenización de la política estadounidense; empoderando a actores que con los años irán convirtiéndose en el fiel de la balanza en las próximas elecciones… igual que con nosotros desde inicios de la década de 1990 (en serio, tienen que ver ESTO). Que un país sin importancia como el Perú esté lleno de fachos no es un problema, pero que la primera potencia mundial los tenga, sólo puede hacer de éste un mundo más impredecible, más volátil, y más peligroso. Perú no tiene armas nucleares. Estados Unidos sí.

Bienvenidos al Perú, pueblo de los Estados Unidos de Norteamérica.

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