Editorial: Cómo Velasco asesinó un país de ilusiones

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Antes de 1968, los peruanos vivían una época dorada democrática. En las grandes ciudades, los obreros peruanos laboraban 8 horas y ganaban un poco más de 500 dólares como sueldo mínimo. Los padres de familia peruanos podían abastecer sus hogares con leche, pan, carne y menestras. El hambre era cosa de pocas gentes – ¿y acaso confundidas? -; la vida era bella y buena. En el Perú de la década de 1960, los asentamientos humanos (‘pueblos jóvenes’) eran pequeñas manchas marrones que no tenían futuro en ciudades caracterizadas por su ornato, seguridad y prosperidad. Las viviendas abundaban pues no había límites para la mano y mente del hombre peruano. ¿Qué era el Perú sino un mar de oportunidades, orden democrático y música… mucha música? Grandes estrellas del rock internacional de 1960 paseaban despreocupados por La Colmena mientras fumaban habanos y compraban ropas de las más exclusivas marcas. Las risas contestarías de los rock stars inundaban de gracia y glamour nuestra magnifica capital. Nueva York en el Norte, Lima en el Sur y Paris en Europa eran ciudades hermanadas por la dicha de ser los centros del mundo.

En la próspera sierra, la explotación era cosa del pasado. El mal gobierno se había disipado gracias a la independencia. La ley era dura contra los transgresores. La justicia existía y era plena pues no había señor o campesino más grande que ella. No obstante, los agentes cubanos, chinos y soviéticos – envidiosos de nuestro estado de bienestar – intentaban confundir a los ciudadanos peruanos. Querían imponer un gobierno comunista en una tierra donde solo florecía la paz y la hermandad. Mentían descaradamente; difamaban con sevicia; y sembraban el resentimiento entre familias. “La tierra es para quien la trabaja”. ¿Y acaso los hacendados no lo hacían? Ellos fueron los promotores de la industrialización de la sierra y, también, de la educación. Bajo su manto protector se creaban escuelas y universidades. ¿Quién no recuerda como la actual Universidad del Centro del Perú fue creada por familias de hacendados? La historia es injusta con ellos, pero en esta editorial recordamos sus hazañas. En todo el Perú, los grandes hacendados querían repartir su tierra, pero los mismos campesinos no querían que estos nobles caballeros se queden sin sustento. Así se componían hermosos y bucólicos huaynos donde manifestaban su amor hacia los hacendados. ¡Cómo no cantar las hermosas letras de “Hacendado, hijo de Dios”, “Mi patrón es el mejor”, “Hacendadito”, “Soy pongo feliz”, “Más tierra para mi patrón”!

La literatura no era ajena a este reconocimiento. Inclusive José María Arguedas en sus novelas y cuentos retrataba la cotidianeidad de la sierra sur peruana con amor y dulzura. “Todas las sangres hacendadas”, “Agua potable”, “Los hacendados profundos”, entre otras visibilizaban nuestra democracia racial. Pero su novela póstuma “El hacendado de arriba y el hacendado de abajo” es la muestra más insigne de cuan cristianas y valientes eran las familias de hacendados. Los patrones dotados de peruanismo iban hacia las ciudades costeñas con la misión católica de rescatar de la explotación a sus fieles trabajadores quienes fueron manipulados por esbirros del comunismo. La insania de los patrones soviéticos y chinos maoístas doblegaba el alma y el cuerpo del campesino peruano; pero la valentía y civismo de la década de 1960 era más, ¡era más! Retratar el abuso del comunismo en la ciudad de Chimbote y su posterior decadencia gracias a la presencia de médicos cubanos fue el principal mérito de Arguedas. El Perú lloró cuando fue asesinado por un comunista chileno en los baños de la Universidad Nacional Agraria de La Molina.

¿Y la selva? A falta de tierra en la costa y en la sierra, el gobierno peruano, con la valiosa ayuda de las familias hacendadas, impulsó la migración de familias pioneras nuevas rutas llenas de prosperidad; de esa forma, la selva se convirtió nuevamente en El Dorado peruano. Ciudades como Tarapoto, Iquitos, Moyobamba, Pucallpa, Yurimaguas, Satipo, entre otras, florecían gracias al trabajo pujante de los campesinos peruanos. Pero el salvajismo y haraganería de los nativos impedía la conquista del Perú por los peruanos. Se lucharon grandes batallas en contra del atraso. Se perdieron miles de vidas de campesinos y hacendados pero al final los nativos fueron reducidos y exterminados. El Perú lograba progresar; el sueño peruano se hacía realidad.

Ojalá podamos volver a ser cómo éramos antes de 1968, ojalá.

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