Skándalo y La Joven Sensación, o la primera vez que la juventud marrón tuvo música propia (I parte)

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La versión oficial de lo que fue la technocumbia escondió un largo y complejo proceso juvenil -del que nosotros o nuestras hermanas mayores formaron parte-, en nombre de una tendenciosa versión académica, ajena al asunto, que resumió la cosa a un movimiento musical que decía Tic, tic, tac y que luego se vendió al fujimorismo, algo así como cuando te cuentan que Bolognesi era un señor de bigote que se peleó hasta quemar el último cartucho.

Empecemos recordando que el mercado juvenil marginal es reciente: no más de dos décadas separan esta redacción de los primeros intentos por acercarse a este segmento de mercado, pues si bien lo periférico urbano logró ser visible por primera vez a partir del fenómeno de Los Shapis, no hubo música ni productos que se dirigieran al sector joven de esa población. En cristiano: antes de Los Shapis, salvo situaciones aisladas -como Romance en La Parada de Los Troveros Criollos o Barrio Piñonate del Jilguero- no había canciones que hablaran del ambulante, del chofer carretero, del mecánico de barrio de ciudad, pues la música estaba claramente segmentada para vecinos de clases medias y bajas tradicionales (Los Destellos), campesinos o migrantes que buscaban rememorar sus lugares de origen (Jilguero del Huascarán o Pastorita Huaracina) o grupos juveniles que le cantaban a los oficios tradicionales de los pueblos, como el minero o el agricultor -Soy minero de Los Ovnis de Huancayo-; pero cuando este espacio, el del marginal de ciudad, fue atendido por Los Shapis, los adolescentes hijos de esos marginales tuvieron que seguir en un limbo, trayendo para su chacra la música juvenil de otras latitudes.

Entonces, entre el espacio aproximado a 1985-1995, la cantidad de emprendimientos musicales que se intentaron acercar a esos jóvenes se multiplicaron a lo largo de todo el país, y quienes intentaban eso eran, sobre todo, los grupos tropicales que atendían el mercado de los padres de estos jóvenes, llenos de sed de un sueño tortuninja, que se conjugaba con los lentes de Miguel Abuelo comprados de bajada, los pantalones New Kids on The Block adquiridos con los ahorros de dos meses, el peinado de Luis Miguel logrado con agua oxigenada y los casetes de Michael Jackson, que se apilaban al lado de la colección de oro de Juaneco, Los Ases de Huayucachi, Los Tucos de Cajamarca o Amanda Portales, de mamá y sus hermanos. La canción que viene a continuación, como la anterior, grafican un poco lo que comento.

De Luis Miguel a Everyobdy, el raggamuffin y el breakdance
La llegada de Back Street Boys a la vida de los adolescentes de arenal o maizal de la década de 1990 vino cargada de más elementos complejos, pues estos, a diferencia de los mayores, ya no tuvieron que trabajar: de una u otra forma fueron la primera generación que tuvo el excéntrico privilegio clasemediero de -no siempre- solo estudiar, lo que permitió que tuvieran más tiempo para crear un entorno juvenil de barrio propio. En la primera mitad de la década de 1990 se hicieron populares a lo largo de todo el país las pandillas de breakdance -los Ángeles de arena de Villa El Salvador son como los hijos de esos primeros núcleos-, mientras que en asentamientos humanos de Piura, Chiclayo, Arequipa, Trujillo, Huancayo, Tarapoto y Lima -sobre todo en San Juan de Miraflores y Villa María- aparecieron decenas de grupos que jugaban al rapeo y el empleo de raggamuffin en las esquinas. Era una melcocha de referentes, como cada nuevo entorno cultural, pues se trataba de una mezcla de rap, reggaeton, cumbia, techno, salsa y rock. Una juventud con hambre cosmopolita que era dibujada tímidamente en la caracterización de “Los choches”. Mira el vídeo a continuación, , grabado en Trujillo en 1995, para que te quede más clara esa referencia.

En ese mismo período sucede una escisión que perfiló el fenómeno Skándalo de 1998-1999: la de los raperos-netos que se alejan de los pelos pintados que “no sabían ni lo que querían”. Cuando la escena rapera comienza a madurar y a aislarse con sus propios elementos, dejó de mirar con buenos ojos a los otrora colegas del barrio, quienes no querían saber nada de la “cultura hip hop”, ni pretendían encerrarse en “los cuatro elementos”, y decidían coquetear con la vieja escuela del reggaeton, la cumbia de los hermanos mayores, el look de N’sync y las tabas de los cómicos ambulantes: por primera vez un mercado joven de barrio había madurado totalmente, el siguiente paso era contar con un ícono que condense y mediatice esa lógica, y entonces sucede esto:

Por primera vez en la historia del Perú, jóvenes de barriada podían acceder a música pop que usaba sus códigos. En un juego inédito, las niñas ya no sentían la necesidad de adaptarse a otros códigos para sentirse parte de “la juventud”, sino que sus ídolos podían ser, tranquilamente, los chibolos pintones del 5 º B de su cole. “Fue la primera vez que había una propuesta nacional de música apta para los chibolos, incluso para los máaaas chibolitos como yo (tenía 10 años cuando salieron, creo). Además de que eran medio pintoncitos, y tenían toda la onda de la ‘boyband’, pero con el sonido local. En el norte eran nuestros N’sync, bailábamos sus canciones en las actuaciones del cole”, me comenta Fiorella Ramos, una amiga que decidió alimentar este texto a partir de su experiencia.

Este artículo no pretende explicar la historia misma de las agrupaciones, sino el contexto del público que los cobijó e idolatró. Desde Tacna hasta Iquitos miles de menores de edad tuvieron frente a sí algo que wanabizar con pasión porque se parecía a ellos, pero más populares. “Con dos primos bailábamos ‘El baile de la culebra’ en las reuniones familiares. También grababa en un cassete viejo las canciones de Skandalo que pasaban por la radio. Me la pasaba buscando para luego presionar Rec. Cuándo era churre yo decía que quería ser como ellos. A la firme.“, añade Juan Herrera, otro informante.

Así como Los Shapis le cantaron a los ambulantes de los mercados centrales, Skándalo le cantó a sus hijas menores, a las que ya no debían trabajar como los padres y hermanos mayores -por eso hablaban de colegiales que habían encontrado en las puertas de un colegio nacional, a las que veían a escondidas, a las que vivían en la esquina de sus casas-, y a los chicos que conquistaban con casetes grabados con una canción de N’Sync en un sobre perfumado con una loción de Yanbal, que venía acompañado de una carta hecha en papel manteca, en el que se había “calcado” un Winnie Pooh o un Piolín.

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