“Los medios de comunicación, esos cojudos empedernidos”, por Christian Flores

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Si el Perú fuera una gran chacra, los medios de comunicación serían como ese guardián al que le pagas por cuidarte las gallinas, mientras te huevea haciendo poco o casi nada. “– ¿Todo bien, sin novedad? –Tranquilo, patroncito, no ha pasado nada”. La analogía, siendo todo menos un ejercicio inocente, es una de tantas entradas válidas para poder pensar y repensar en torno a lo que viene sucediendo entre Odebrecht, el Estado y esos casi seres mitológicos, nuestros medios de comunicación.

Siendo bastante honestos con nosotros mismos, y teniendo en cuenta la fragilidad de las democracias latinoamericanas; el que se haya destapado un escándalo de las dimensiones que muestra el caso Odebrecht, no debería de sorprendernos. Por lo menos no tanto. ¿Por qué? La respuesta se cae de madura. Es el efecto que calza, perfectamente, con el esquema que ha determinado el devenir de lo político en la región, post Consenso de Washington. Tras casi veinte años en un escenario donde el Estado retrocedió, frente a ese mercado que se impuso a través de sus leyes de oferta y demanda, sumados a un espíritu colectivo que renunciaba a parte de su ciudadanía, condenando todo involucramiento del individuo con ‘lo público’; ¿qué otra cosa podríamos esperar?

En ese mismo periodo de tiempo tras el deterioro del sistema de partidos, entendiendo a éstos últimos como los interlocutores ‘institucionales’ entre el ciudadano y los aparatos del Estado; un agente ha cobrado fundamental relevancia: los medios de comunicación. Cargados de recursos logísticos con indudable disponibilidad de recursos humanos, y en medio de excepcionales arreglos institucionales tales como la afamada ‘autorregulación’, cualquier persona con dos dedos de frente podría esperar de aquellos, el decoro y el compromiso mínimo para hacer bien su trabajo: comunicar, vigilar y aportar en la construcción de esa casi quimera a la que llamamos democracia. ¿Pero es esto lo que ocurrió? Sin temor alguno a equivocarnos, decimos que no. Manan.

Entre los que dedican su vida estudiando al Estado, a los gobiernos y a la democracia; hay una frase que suele ser bastante recurrente, y ahora oportuna: “La desconfianza es un valor republicano”. Con orígenes en la obra de Benjamín Constant, un patita franco-suizo dedicado a la política en la primera mitad del siglo XIX; ese pequeño razonamiento es clave para explicar la situación decadente en la que se encuentran inmersos nuestros medios de comunicación, desde hace mucho tiempo ya.

El ejercicio es bastante práctico y no supone demora si enlazamos algunos episodios particulares. ¿Velasco, ese cuco al que tanto odias, te intervino los medios? Pues de lección, aprendes y te fortaleces. ¿Fujimori, ese chinito buena onda al que con temor llamas dictador, te compró diarios y canales con dinero público? Pues de lección, aprendes y te fortaleces. Tras esos dos periodos ‘difíciles’, con una red de medios que sigue en manos de las mismas familias hace más de cincuenta años, no es posible ser ajeno a las cuestiones públicas o de Estado, y peor aún sacar cuerpo o argumentar diciendo: “Qué pena, es una lástima. Nosotros, los periodistas de investigación, no sabíamos nada”. ¡No pues, carajo! Así no es. No vale chuparse el dedo.

Luego de tanto, no es posible que no hayan quedado lecciones aprendidas. No es posible que no se haya sospechado en torno a esa gran empresa y sus jugosas contrataciones sostenidas con los gobiernos, durante más de veinte años, sobre la base de las más ambiciosas obras de infraestructura pública. No es posible que no siendo suficiente con hacerse de la vista gorda, se haya aceptado el financiamiento de la premiación al periodismo nacional, a quienes hoy vienen siendo acusados hasta en cortes internacionales, por graves delitos de corrupción, y cobrando vidas como las del juez brasilero Teori Zavascki, quien murió en un penoso accidente de avioneta a la que no se le encontraron fallas mecánicas, ni caja negra.

Jugando un poco a la benevolencia, trataremos de no pensar mal. No queremos pensar que esa gran defensa que hacen los ‘líderes de opinión’ sobre los proyectos de inversión, llamando de salvajes hacia abajo a quienes protestan, terminó siendo funcional a los intereses de los verdaderos patrones amantes del fierro y el cemento. Que después de tantos episodios no nos vengan a decir que no sabían nada, o terminaremos pensando que lejos de ser medios de comunicación, prensa o periodistas; terminaron siendo esos cojudos empedernidos. (Sarcasmo).

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