Uno de los términos que acuñamos aquí en El Panfleto y que no son ni serán reconocidos por la politología oficial (sí, sabemos que nos leen, pero nunca lo van a aceptar en sus columnas) es el de Post-Humalismo, esto es: El contexto político posterior al conflicto de Conga en Diciembre de 2011, con el cual llega a su fin el equilibrio ideológico sobre el cual se basó nuestro endeble sistema de candidatos presidenciales entre el 2005 y el 2011. Como ya dijimos, dicho equilibrio estaba basado en la idea-fuerza de que existía una izquierda antisistémica, viable políticamente, con representación partidaria real y con una estrategia alternativa para la inserción internacional del Perú en la economía mundial, más allá del piloto automático primario exportador en el que hoy vivimos. Esta simple idea surgida a raíz del Andahuaylazo de enero de 2005, fue el parteaguas a partir del cual nuestras identidades políticas se configuraron: Mientras Hugo Chávez se convertía en un actor político nacional y todo conflicto social relativo a inversiones extranjeras tenía que ver con algún tipo de conspiración proveniente desde Caracas con ayuda de sus quintacolumnistas domésticos (ya sea Humala, Javier Diez Canseco, Patria Roja, Marco Arana, las Casas del ALBA o Sendero Luminoso); la viabilidad política de cualquier candidato en el Perú terminaba por depender en gran medida de su nivel de lealtad a la preservación del modelo económico (¿recuerdan por qué hasta las ONG de Derechos Humanos pidieron votar por Alan en 2006, no?).
Este antiizquierdismo/antichavismo extremo no fue sólo una idea producto de cierta natural tendencia a la paranoia en nuestra élite, sino que también fue una herramienta ideológica útil para fortalecer su cohesión interna en defensa de un modelo económico monolítico, sin mayores alteraciones o concesiones. En pocas palabras, cuando el que protesta es un ‘terruco’ es más fácil meterle bala sin culpas.
Con el post-Humalismo, el Perú vive su propio ‘fin de la Historia’, siendo el conflicto de Conga nuestra pequeña e intrascendente versión de la caída del Muro de Berlín. Este ‘fin de la Historia’, no sólo demostró la farsa que había sido la ‘izquierda antisistémica’ representada por el Humalismo, sino que también reveló la monstruosa uniformidad ideológica, salvo pequeños matices, entre todos los actores políticos existentes en el Perú. Esto generaba al elector una incomodísima pregunta: ‘Si el modelo económico neoliberal es incuestionable e invencible, ¿qué cosa diferencia a los políticos peruanos hoy? ¿Por qué tendríamos que votar por unos y no por otros?’.
Y así fue como llegamos a las elecciones del 2016, de lejos, las peores de toda la Historia del Perú. Lo más vil, bajo y rastrero de nosotros como seres humanos afloró en estas elecciones; todos nuestros héroes se convirtieron en villanos, nuestros villanos en bufones, y nuestras esperanzas en farsas sin tregua de por medio. Fue un momento de: ‘Ya qué chucha, si la gente cree que somos lúmpenes igual, al final no tienen por quién más votar’. Con la amenaza izquierdista/chavista anulada, y los dos candidatos ‘reformistas’ (llamarlos izquierdistas es demasiado) peleados entre sí, la derecha tenía carta libre para hacer y deshacer con los candidatos como se les venga en gana, ocurriendo cosas que jamás hubieran sido concebibles en las elecciones de 2006 o 2011: El neoliberal Mijael Garrido Lecca criticando las intenciones de otro neoliberal como Julio Guzmán en firmar un TLC con Israel por considerarlo ‘comprometedor para nuestros intereses nacionales’ (¿Y cuándo les ha importado los intereses nacionales a estos fachos?); El Comercio sacando Editoriales cuestionando abiertamente varios aspectos de la campaña de Keiko Fujimori; empresarios del CADE dándole la espalda a César Acuña por serrano y analfabeto, a pesar de haber sido el candidato que mejor los representaba, dada su filosofía de ‘plata como cancha’ a cualquier costo. De más está decir que nada de esto habría ocurrido si Humala no hubiera sido electo Presidente y estuviera actualmente candidateando.
La gran ironía de las elecciones peruanas del 2016, es que estas no sólo no consolidaron a la derecha, sino que su propia hegemonía fue la causa de su división. El resultado electoral de la primera vuelta puso en contra a los dos mayores ex aliados y defensores del statu quo, Pedro Pablo Kuczynski y Keiko Fujimori: Un solo ente, PPKeiko, partido artificialmente en dos debido a la coyuntura electoral. Fue en este contexto en el que entró en acción el único sector político con capacidad de movilización masiva en base a criterios ideológicos: El antifujimorismo.
Cuando nos referimos a ‘criterios ideológicos’ como fuente de la praxis política del antifujimorismo (esa mezcla de sentimientos de izquierda y oposición a la corrupción), lo decimos en su sentido más básico y crudo: Se movilizan sin esperar a que les paguen algo a cambio. Y esto es algo que ningún Alditus, Butters o Kunze podrá negar: Los antifujimoristas salen a la calle sin esperar que les regalen plata, lentejas o que les prometan ser contratados en el próximo gobierno. Sea marchando contra la revocatoria de Susana Villarán, contra la Repartija, la Ley Pulpín, la televisión basura u otros, el antifujimorismo ha sido el fiel de la balanza evitando por dos ocasiones la victoria de Keiko Fujimori. Y es sobre esto, lo que alertamos: Si bien el antifujimorismo como movimiento es el último frente medianamente coherente que viene impidiendo hasta el momento la consolidación del Perú como narcoestado a corto plazo, y como Estado Fallido en el largo; la derecha peruana y la élite están preparando un escenario en el que la victoria de Keiko sea esta vez inevitable. Y sí, lo están logrando.
Continúa mañana…