Las películas de Hollywood sobre la segunda guerra mundial a veces trasmiten la falsa idea de que el horror del nazismo en Alemania consistió en un pueblo, el alemán, persiguiendo a otro, el judío, a través del aparato estatal. Esa imagen oculta en realidad un horror mucho más grande: no se trató de un pueblo contra otro, sino de alemanes contra alemanes. Los judíos también eran ciudadanos alemanes, además « perfectamente integrados » en la sociedad alemana (usando la terminología de hoy en día), cuyo primer idioma era el alemán y que también se sentían, culturalmente, alemanes.
El nazismo exaltó la idea de la raza aria como componente fundamental y excluyente del pueblo alemán y con eso le quitó la ciudadanía a los judíos alemanes. La integración de los judíos en la sociedad alemana no fue ningún impedimento a la hora de cometer las atrocidades que el nazismo llevó a cabo en nombre del pueblo alemán justificándose mediante teorías conspirativas: si un empresario judío es exitoso, si un intelectual judío es influyente, ¿Qué estará tramando? Se presumía así un complot de los judíos contra el pueblo alemán para hacerse con el poder, el mismo que, en realidad, nunca estuvo allí.
Hoy la extrema derecha que no se autodefine como tal, nos habla de defender la tradición « judeocristiana » del peligro representado por los musulmanes en sus propios países, como si el verdadero error del nazismo hubiera consistido en perseguir y querer exterminar a los judíos – y sólo a ellos. Hechas las paces con ese pasado y con el Estado de Israel, ya no se puede catalogar a estos « ciudadanos preocupados » de racistas por usar el mismo mecanismo de exclusión hacia los musulmanes integrados en las sociedades occidentales porque –ahora sí, esta vez no nos equivocamos– « el Islam » está tramando algo contra la civilización occidental. Ese complot, lejos de lo que quisieran los yihadistas o algunos extremistas, tampoco existe.
Una vez más, no es la no-integración de los musulmanes lo que le quita el sueño a la extrema derecha, sino todo lo contrario: el miedo a ver musulmanes hablando sin acento extranjero en la televisión o en el medio académico, a verlos participar en la política, a tenerlos de compañeros de trabajo o -peor aún- de jefe, porque ellos y su religión, por definición, « no pertenecen » a la sociedad « judeocristiana » y sus valores, y pretenden conquistar e islamizar Occidente mediante el yihad.
En primer lugar, entre los musulmanes de los siete países a los que el presidente Donald Trump ha prohibido el ingreso a EEUU como medida preventiva contra el terrorismo no solamente hay residentes legales: varios tienen doble ciudadanía de un tercer país (por ej. francés-iraquí, británico-somalí), o tienen hijos pequeños nacidos en EEUU. El ingreso de ciudadanos estadounidenses provenientes de alguno de esos países o con doble ciudadania (ej. estadounidense-sirio) está sujeto a discreción de la oficina de Aduanas y protección fronteriza (CBP).
Se trata de gente de a pie que siente que el país que los acogió por tantos años, o en el que nacieron y crecieron y con cuyos valores se sienten identificados, los está tratando como delincuentes por pertenecer a la misma religión que un grupo de terroristas, sin haber hecho nada para merecer ese trato. Por si fuera poco, los musulmanes de Estados Unidos (cerca del 1% de la población del país) son citados en varias investigaciones como ejemplo exitoso de integración: con niveles altos de instrucción, satisfechos en general con sus ingresos, con niveles de desempleo que no difieren significativamente de los del resto de la población, sin problemas de ghetización, críticos frente al radicalismo islamista y que han colaborado en varias ocasiones con la policía para la captura de sospechosos de terrorismo dentro de su comunidad. Trump está creando un problema donde no existe y con eso se está disparando a los pies.
En segundo lugar, esta medida también prohíbe el ingreso al país de refugiados sirios e irakíes por motivos de seguridad, pero ¿en qué medida el número de refugiados procedentes de estos países constituye una amenaza para Estados Unidos? En todo el año 2016, Estados Unidos recibió 38,900 refugiados musulmanes, de los cuales 12,486 provenientes de Siria y 7,853 de Irak. Sus solicitudes fueron evaluadas y aprobadas en el extranjero por el programa de reasentamiento de refugiados de Estados Unidos (ORR por sus siglas en inglés), tras lo cual se les otorgó una visa para ingresar al país. Es decir que los refugiados musulmanes no ingresaron de manera ilegal al territorio estadounidense sino por contingentes, una situación considerada ideal y segura.
Para darnos una idea, Alemania, un país 26 veces más pequeño y cuatro veces menos poblado que Estados Unidos, recibió 890.000 refugiados en el 2015 (en el 2016 fueron 280.000), la mayoría de ellos musulmanes del Medio Oriente que se vieron forzados a ingresar de manera ilegal al espacio Schengen por falta de programas de reasentamiento realistas frente al alto número de refugiados en lista de espera. En otras palabras, Estados Unidos ha recibido muchísimo menos refugiados del Medio Oriente de los que habría podido reasentar, esto a pesar de su clara responsabilidad en el desastre del Irak post-Saddam Hussein, que permitió la aparición de Daesh y reforzó a al-Qaeda (hoy al-Nusra) en la región. Es más: los siete países en cuestión (Irak, Libia, Somalia, Sudán, Siria, Yemen e Irán) tienen en común el haber sido previamente bombardeados, invadidos o desestabilizados por Estados Unidos ; sin embargo Arabia Saudí, un importante aliado comercial de Estados Unidos que a su vez financia grupos yihadistas, no se encuentra en la lista. Mientras tanto, Trump le cuenta a los estadounidenses que es mejor prohibir el ingreso de musulmanes como medida preventiva « hasta comprender qué está pasando ».
En el mejor de los casos, este incidente pondrá a prueba la fortaleza de las instituciones estadounidenses frente a desviaciones autoritarias y anticonstitucionales de sus gobernantes; en el peor de los casos llevará a la radicalización de las protestas contra Trump, al envalentonamiento de la extrema derecha y al aumento de sus ataques a musulmanes en suelo estadounidense pero también – paradójicamente- al aumento de la propaganda y de los atentados de Daesh en Estados Unidos, que ahora – por fin- ve confirmada su teoría de la imposibilidad para los musulmanes de residir en los países occidentales. Se trata de una medida puramente simbólica, efectista y hasta contraproducente.
Ni Trump es un presidente cualquiera ni este mecanismo de creación de chivos expiatorios es muy distinto al descrito líneas arriba en la Alemania nazi. Detrás está también la insatisfacción de una parte del electorado que no se siente representado por la política tradicional, que se vio afectado por las deslocalizaciones de empresas o que tiene la sensación de estar perdiendo privilegios por culpa de las minorías – sin necesariamente estar en contacto con ellas. Este último miedo es más imaginario que real y Trump sólo le está diciendo a sus votantes los que estos quieren escuchar ¿Qué pasará cuando la deportación de migrantes indocumentados, la construcción del muro en la frontera con México, el arancel a los productos mexicanos y la prohibición al ingreso a los musulmanes residentes legalmente en Estados Unidos no produzcan los resultados esperados?
La historia se repite y los musulmanes y latinos que sienten a Estados Unidos como su país y se identifican con sus valores están empezando a ser víctimas de un mecanismo de exclusión que tuvo consecuencias nefastas en los años treinta en Alemania. Es este mecanismo populista de exclusión de seres humanos que produce chivos expiatorios a partir de criterios raciales, culturales o religiosos, apoyándose cuando hace falta en teorías conspirativas, el que hay que denunciar y combatir, sin importar el país que sea. Mientras tanto, no es posible criticar la construcción de asentamientos de colonos israelíes en Cisjordania ni la represión y el maltrato del ejército israelí contra población civil palestina en los territorios ocupados sin ser tildado de antisemita.
No hemos aprendido nada.