Editorial: “Con mis hijos no te metas” o tratar a los niños como un mueble más, por Orlando Macharé

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El historiador francés Philippe Ariès (1987) señaló que hasta antes del siglo XVII ninguna sociedad occidental conocía lo que significada la “infancia” en el arte o simplemente no trataba de representársela.

En aquella época, lo que no estaba “pintado”, es decir, representado en los cuadros de los palacios, las iglesias y los monasterios, simplemente no existía. El bastidor era finalmente el artefacto de lo público, de lo que importaba.

Eso no significa que los niños y adolescentes no hayan “existido” antes de la Revolución Francesa (1789). Antes, durante como después del conflicto político entre los Estados Generales, miles de petizos empobrecidos vivían en las calles parisinas, no obstante su simple presencia no les otorgaba el estatus de “existir socialmente” y por ende de ser “importantes”. Dicho en otras palabras, aunque eran muchísimos en cantidad, cualitativamente eran insignificantes (como hoy) para el bando revolucionario como para el conservador. Cuesta creer que esta ausencia se debiera a la torpeza o a la incapacidad. Cabe pensar más bien que en esa sociedad no había espacio para la infancia (Ariès, 1987: 204).

¿Cómo se relaciona esto con lo que propone, persigue y defiende la campaña “Con mis hijos no te metas”? Que, aunque la iniciativa del colectivo persiga la “preservación” de los valores de la familia, las “buenas costumbres” y el “derecho” de los padres a educar a sus hijos, en buena medida esta asiste y posiciona la invisibilización política y social de los que deberían ser los primeros en ser consultados sobre el tipo de educación que quieren recibir: Los niños, niñas y adolescentes.

En los últimos meses en los que emergió la mal llamada “ideología del género”, han desfilado por los set de televisión, cabinas de radio, redes sociales y páginas de periódicos, los que están a favor y en contra del Currículo Escolar, incendiando grandes debates que van desde el respeto a la sexualidad y la libertad hasta los que sugieren que dicha política pública educativa sería una “aberración”, una “homosexualización” y por decir lo menos “un delito de lesa humanidad contra la infancia” (!).

No obstante, paradójicamente dichos espacios y/o debates carecieron de la voz de los niños, niñas y adolescentes. No recuerdo alguna entrevista y/o nota periodística en la que se le pregunta a algún chibolo si conoce o no lo que se pretende implementar, si está de acuerdo o no con el enfoque de la “igualdad de género”, o en peor de los casos, si está informado de lo que significa “la ideología de género” tan popularizada en boca de sus padres.

“Con MIS hijos no te metas” defiende el “derecho” no reconocido en ningún lado de los padres a educar a sus hijos, más no defiende el el derecho a la EDUCACIÓN DE CALIDAD que los niños y adolescentes se merecen, y que además está reconocido y tutelado por instrumentos jurídicos nacionales e internacionales.

“Con MIS hijos no te metas” privilegia la voz del adulto desinformado, del cura preocupado, del padre de familia manipulado y del político manipulador a hablar en nombre de los niños y adolescentes, en nombre de lo que a su juicio, es correcto y decente, y que cree que, por engendran y criar, se ha ganado el derecho a tratar a los chiquillos como idiotas funcionales, como benefactores de la caridad política; en pocas palabras a tratarlos como un mueble más de la casa.

“Con MIS hijos no te metas” privilegia el artículo posesivo de plural que daría cuenta de entender y asumir a los niños y adolescentes desde el paradigma de la propiedad de la infancia. “Tú eres mi hijo, tú haces lo que yo diga, tú estudias lo que yo decido, el Estado no debe meterse en la educación que yo he decidido para ti. Estado, óyelo bien, con MIS hijos no te metas”.

Asumir al “otro” como propiedad, como si me perteneciera, como si no tuviese la capacidad –por edad o por grado de madurez– para opinar en aspectos que atañen directamente con SU vida presente y futura, y a una dimensión tan importante como su EDUCACIÓN y su SEXUALIDAD, no sólo prepara el camino de la frustración sistemática, sino el de tener en un futuro adultos que tratarían a sus hijos en concordancia a cómo fueron tratados por sus padres.

Tratar a los niños como un mueble más de la casa significa llevarlos a la Marcha por la Vida, por la familia, por los “valores” o por “Con mis Hijos no te Metas” y presentarlos como víctimas o posibles víctimas, pero siempre desde el punto de vista del adulto y no desde el propio. “Yo te traigo, hijo mío a la marcha, para defender tus derechos, tú no digas nada, tú quédate callado”.

Niños cargados en hombros como trofeo o como artefacto de tutelaje, pero desde la afonía, desde la utilización política, desde las buenas intenciones. Esos niños, objeto de “preocupación” sistemática, son los mismos niños a los que se les manda a callar en la mesa cuando el adulto habla; o cuando el cura, papá, tío o padrastro abusan o violan.

Si a esto se añade la fuerte jerarquización intrafamiliar que se encuentra en culturas urbanas en occidente, podemos vislumbrar el carácter delimitado de la participación activa y crítica reservado a los niños (A. Cussiánovich, 2006: 86). Tratar a los hijos como una propiedad más implica tratar a los niños y adolescentes desde el sometimiento del poder del adulto en contra de un ser inútil y obsoleto, pero tierno y bonito.

Inocular al niño el poder del miedo, de la oscuridad, de la represión, de una cultura de violencia silenciada, de indecencia, de perversión; todas estas características revestidas de protección y disimuladas con amor fraterno que apuntan a preservar los privilegios del interlocutor adulto para seguir tratando al niño como una propiedad más.

Como en el siglo XVII, hoy los niños, niñas y adolescentes peruanos quedan completamente invisibilizados y privados de los debates de lo público y político, de lo que les atañe directamente, y de lo que les podría definir un futuro en libertad o lleno de ataduras y silencios. Los niños, niñas y adolescentes hoy están simplemente “pintados”.

Hoy en la marcha no veremos a ningún niño, niña y adolescente, ni a sus padres, defendiendo su derecho a ser tratados con dignidad y a tener una educación de calidad. Hoy solo veremos a padres y políticos que marchan para defender sus privilegios a seguir tratando a sus hijos como un mueble más. Por eso esa marcha mejor debería llamarse ¡Con mis muebles no te metas!

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