¿A qué suena el VRAEM? 12 canciones para entender la vida cotidiana en el valle

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Cuando llegué por primera vez a Pangoa, descubrí que todo sonaba distinto. Era 2012 y la “ola privada” -Sociedad Privada, Internacional Privados- seguía siendo dueña del mercado de Oxapampa, La Merced y San Ramón, pero solo un par de horas más allá, cuando empezaba el territorio nomatsiguenga, las propuestas eran casi todas locales al VRAEM, con referencias y saludos a vecinos y pueblos de ese espacio.

Pero estamos hablando de un espacio inmenso, y por tanto no existe “una música del VRAEM”. En todo caso, podemos enumerar los tipos de música que hay aquí presentes (locales y foráneos) y comentar aspectos muy breves de esta música y su relación con el público.

Tenemos, por ejemplo, el VRAEM “pacificado” que está compuesto por San Martín de Pangoa, Mazamari e incluso Puerto Ocopa. Pacificado porque aquí están varios de los cuarteles más importantes de lucha contra el terrorismo, la zona que tiene mayor presencia estatal -junto a Echarate, el extremo sur del área-, lo que permite que el mayor giro, luego de lo agrícola, sea el comercio. Y cuando hablamos de comercio, hablamos de migraciones, y si sumas migración + comercio el resultado es Huancayo. Es decir, estos tres centros, con fuerte presencia nomatisguenga y asháninka, son también lugar de recepción de miles de mestizos huancavelicanos, huantinos, jaujinos y huancaínos, quienes a su vez han implantado en los calendarios cívicos locales fiestas como la tunantada, el santiago, los concursos de huaylas y el carnaval ayacuchano.

La presencia del Estado también trajo consigo educación secundaria pública en los anexos rurales más importantes, con presencia, sobre todo, de profesores de la sierra central, lo que permite contar con una nueva generación (muchos adolescentes) que se están formando en las bandas de música de sus colegios, con repertorios sobre todo típicos de las bandas show de Huancayo o la sierra de Lima.

Más al sur, en Quillabamba, la presencia puneña es muy grande, sobre todo por los cusqueños del sur (Espinar), los puneños selváticos (del Valle de Sandia) y los mismos juliaqueños y puneños, quienes migran al Bajo Urubamba por comercio, agricultura y narcotráfico. En este grupo de influencias se cuenta también a los vecinos de Kiteni, Quimbiri y Echarate, quienes migran muy jóvenes a las urbes serranas (Cusco y Puno), y retornan profesionalizados o con oficios a buscar trabajo en su tierra, la que debido a la nueva dinámica (cafetalero-cocalera-maderera-gasífera) se ha vuelto muy atractiva para ellos.

Pero hasta aquí solo estamos hablando de consumo mestizado, entonces, ¿qué escucha/produce el indígena? El primer acercamiento que tuve con la música popular indígena del VRAEM fue en Sector Casancho, una comunidad nomatsiguenga cercana a Pangoa. Ahí, entre masato, gallina y yuca empecé a conocer la movida ucayalina, un entorno musical muy joven e incipiente en cuanto a sonidos, pero que tiene mucho arraigo entre los asháninka y nomatsiguengas, sobre todo porque recoge la tradición de Juaneco y su Combo y Tierra Roja, los dos hitos sicodélicos de Ucayali.

El Cacique, natural de Atalaya (Ucayali) recogió y reivindicó la propuesta de Juaneco de la década de 1980 por usar elementos musicales y vestimenta indígena, pero Juaneco en los 70 tenía una ventaja: era un grupo urbano de Ucayali, lo que le permitió acceder más rápido a músicos profesionales y estudios de grabación. En el caso de la segunda generación, que aparece en la década de 1990, esta fue casi netamente indígena y rural, lo que impidió que hubiera una maduración en la técnica y la elaboración rápida, no porque estos fueran indígenas, sino porque se habían desarrollado al margen de la educación musical formal, que estaba en Huancayo o Jauja. Pero existen, producen, y son una marca adherida a la vida del indígena del norte y centro del VRAEM.

Luego, supe en Sivia de la existencia de “Las Hijas del Tunche”, un grupo de Pucallpa que recoge la experiencia de su vecina “Internacional Yurimaguas”, con gran pegada entre los matsiguengas del centro del VRAEM, la zona más grande en cuanto a habitantes del conjunto de valles.

Recordemos que ya estamos en la selva ayacuchana (Pichari, Canayre, Ayna y San Francisco), y aquí otra huella, que paradójicamente en la selva de Junín es menor, aparece: la chicha huancaína. Randol y los Trackets del VRAE, una agrupación de Pichari, con fuerte influencia del sonido del Grupo Alegría de Augusto Bernardillo, es una institución en todo este espacio, a pesar de que en Huamanga, la capital regional, se sabe poco de él.

Como en el caso de Mazamari con la tunantada, la presencia de referentes musicales de la sierra ayacuchana es fuerte en este lado de La Mar. Entonces, no tendrá que sorprender a nadie que una cantante denominada “Sirenita del VRAE” tenga toriles y carnavales ayacuchanos, cuyos vídeos son grabados en la Pampa de la Quinua. Siempre, como lo dije en la primera etapa, en un marco de pobreza musical muy pronunciado -casi todo hecho con sintentizador, malos arreglos, mala grabación, ausencia de coros, etc.-.

Más abajo, en el límite entre el VRAEM y el Valle Sagrado, las propuestas se tornan mucho más profesionales y andinas, sobre todo por la cercanía con Cusco y Andahuaylas (a 4 horas de Cusco), lo que permite acceder de forma muy fácil a las escuelas de música, productoras, estudios de grabación y arreglistas especializados. De ese espacio, Ocobamba, aparecen los Hermanos Curi, un proyecto muy tirado hacia los “andinos pop”, como Max Castro o Max Salvador.

Por último, quizás la experiencia más profesional sea Invasión Asháninka, un grupo que no es del VRAEM específicamente, sino de Pucharini -una comunidad nativa en Pichanaki, a unas horas del inicio del conjunto de valles-, pero que al utilizar en su música las jergas, giros locales y la mención a los pueblos del VRAEM norte, cuenta con gran acogida.

Este post está dedicado a todas las comunidades nomatsiguengas que me acogieron alguna vez.

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