Estimado Doc., recurro una vez más a su despacho para contarle que dejé finalmente a Marcelo, sí, el novio que le gustaba que me vista como secretaria del Cimax, y me enamoré perdidamente de un Edward Scissorhands, que resultó ser un danzante de tijeras huancavelicano. ¿Por qué siempre me pasa todo esto Doc.?, ¿Estoy acaso condenada al fracaso amoroso por ser blanquita?.
Todo empezó luego de mi viaje a Miami, adonde fui a comprar mi zapatos Paco Robanne y mi perfume Estée Lauder, pues al mes siguiente mi hermana menor se casaba con su novio francés. Una noche de verano decidimos salir con ella y mis amigas de la Universidad de Lima a “La Noche” de Barranco, local en el que se presentaría un grupo llamado “La Sarita”. Antes de llegar al local ya habíamos hecho nuestras previas en la casa de mi amiga Mariela Campos del Valle y Riestra Montes de Oca, quien nos invitó hierba para aguantar, según ella, “el roce con la marronidad inevitable por pegársela de buena gente”. Y razón no le faltaba.
En “La Noche”, la verdad Doc., estaba un poco incómoda, porque el ambiente como que no era mío, a mi alrededor había gente de todos los colores, incluso me crucé con un joven ingeniero sanmarquino beige, que trabaja en la empresa de mi daddy, el cual estaba con su novia -¿Doc., no que los ingenieros no tienen contacto con mujeres? -, y al que tuve que saludar, digamos, por cordialidad.
El grupito musical no estaba tan malo, salvo por el vocalista que cantaba sin polo y tenía que verle las axilas peludas y su sudor, dios mío, su sudor. Las letras de sus canciones sinceramente, Doc., me hacían sentir un poco social, como que era del pueblo, y eso medio que me gustaba -¿Eso es malo, Doc?-. Cuando estaban tocando “Más poder” mi corazón quedó flechado: vi cómo un ser enigmático emergió desde las bambalinas vestido del personaje de mi película favorita, era Edward Scissorhands y yo quería ser su Winona Ryder.
Oh may, Doc., yo soy fanática de Tim Burton y sus personajes blanquiñosos y marihuaneros lo son todo, pues como comprenderás, me identifico con ellos. En este caso el chico no estaba tan mal, o sea era un poquito marrón, digamos marrón clarito, pero me gustaba, era mi joven manosdetijera autóctono y ya nada me importaba en ese momento. Aunque tenía la nariz un poco aguileña, mi corazón pudo más, porque era delgado, alto, sudaba esa masculinidad que hacía algún tiempo no encontraba en mis círculos selectos. Pensé en tirármelo, ay disculpe, Doc., pero es que yo soy así cuando ando locaza.
En ese momento cruzaron por mi mente las imágenes de mi film, donde desnudo él podaba los jardines de mi casa en Chacarilla, mientras yo le tomaba fotos con mi Canon profesional. En tan solo pocos segundos me había hecho de la idea de montar juntos un Salón Spa dirigido solo para mis amigas, y no como “Montalvo”, al que va pura chuchumeca venida a más. Ay, tío Vladi, aunque no nieve en Chacarilla, igual había pensando comprar la “Villa de Papá Noel” que instalan en Plaza Lima Norte los pobladores de Independencia, para hacer que nieve y así, mi querido Edwar me pueda esculpir corazones, cisnes, dragones y MacBook Pro de hielo. Todo fue tan rápido, tío Vladi. Yo ya me estaba proyectando.
Cuando la gente se fue, me le acerqué y le hice el habla, él estaba un poco temeroso, pero le dije que me gustaría conocerlo, que no se preocupara, que Edward Scissorhands también era tímido, definitivamente Doc., el muchacho se había metido en el personaje, y eso me excitaba, me enternecía, me lo quería comer.
Le pregunté su nombre y me dijo que se llamaba Edgar, ¡anyway!, ¿Tío Vladi, acaso era coincidencia?, se llamaba ¡Edgar!, pero cuando me dijo su apellido mi corazón hizo crack. Se apellidaba Auquitayasi, y era un danzante de tijeras de Huancavelica, o sea… ¿Dónde queda ese pueblo?, ¿Huancavelica queda en Perú, Doc?.
¡No me lo podía creer!. Yo, que ya no me sentía como Winona Ryder sino más como Wendy Sulca, le pregunté en español pausado, que quién lo haba creado, que dónde estaba su inventor y que por qué tenía las manos de tijeras, que por qué me mentía. Él, ofuscado se volteó sin entender mi malestar, haciendo que su ancho y folclórico sombrero me golpeara la cabeza. Me desmayé y desperté en la Clínica Internacional de San Isidro, luego ya no recuerdo más.
Le pregunté a mi hermana lo que había pasado esa noche, y ella me dio una versión falseada de los hechos: un bailarín me había querido robar y que en el forcejeo me agredió; felizmente papá llegó y ahora el muchacho está detenido en la carceleta de Barranco. Pero yo sé que no es cierto, Doc., mi familia todo lo ha inventado para protegerme y no desprestigiar nuestro apellido. “Ya no más, María Antonia, ¿Querías acaso hacer una nueva «Qué buena raza» con esta historia?, ¿Quieres ser la nueva Fiorella Prado Velaochaga?”, habría dicho mi madre.
Ahora no sé qué hacer, no sé si pedirle a mi papi que retire la denuncia o quedarme callada y dejar que todo pase, al final, Doc, ¿qué culpa tiene el chico de no haber visto la película de Johnny Depp?. ¡Ayúdeme, plis!
CONSEJO DEL TÍO VLADI Querida María Antonia, deja de fumar ganya y ponte a estudiar tu MBA. No vayas a esos antros caviares donde pasan música fusión para sentirte alternativa, o sea, no eres así. Me gusta Tim Burton, yo también me identifico con sus personajes, por lo enigmáticos, oscuros e inadaptados, pero darling, ¿confundir a un danzante de tijeras huancavelicano con Edwar?, ¿qué te pasó, le aplicaste acaso el rayo pudiente o estabas muy dengue?. Te recomiendo vayas a terapia y por nada del mundo se te ocurra pedirle a tu papi que retire la denuncia, o sea, tienes un apellido de cuidar y tu camino ineludible de ser la jefa de los sanmarquinos resentidos, está a la vuelta de la esquina. Si quieres sentir a un manosdetijera, en el Jirón de la Unión hay varios sexshop en los que venden artefactos similares, compra unos guantes con púas y date trámite; a ver si así se te pasa la calentura, amor. No la cagues, sobrina, y por favor, ya no vuelvas a escribirme.