Himmler está furioso. Es 1947 y él se encuentra en la ciudadela de Chan Chan supervisando excavaciones 100tífikas. Ordena a sus arqueólogos/huaqueros alemanes que sean cuidadosos con los restos que vayan descubriendo. “El Führer ha orrrdenado trasladarrrr todas las cerrrámicas y piezas de orrro hacia Berrlin. ¡APURREN O LOS FUSILEN A TODEN, CARAJEN!”, grita a sus subalternos el pelado pajero místico alemán.
Es 1947 y las ciudades costeñas del Perú han sucumbido al poderío militar alemán. Trujillo, Piura y Chiclayo son bases militares alemanes. Los soldados arios están prohibidos de mezclarse con las “indígenen perruanas”; así que los altos oficiales idean una forma para satisfacer sexualmente a la soldadesca germana: reclutan a las mejores burras de la costa norte peruana. Así, miles de burritas son amantes ocasionales de los soldados arios. “Solo así preserrvarr rraza purra arria alemana. ¡SIEG HEIL! ¡SIEG HEIL!”, ordena un general alemán después de beberse diez galones de chicha de jora y haberse empujado diez kilos de chifles. “Aquen estos burrerrros piurranos solo dorrmirr todo el dien. No hacerr ni mierrden todo el dien. Solo beben chichen, comen chiflen, cantarr cojudeces y hablarrr demasiado. Muy ociosen porrr eso serr muy facilen invadirrr norrrte peruanen. Ojalá así fuerran en las montañen. El Führer de Führer estarrr furriosen porrque no disolverrr, disolverrr rrrebelion en los Anden. Esos indígenas marrrones ser dificilen, perro caerran”, piensa Himmler mientras tiene sexo salvaje con una burrita.
Así es. Mientras los dóciles y ociosos costeños le dan la bienvenida a los alemanes, en los andes se gesta una revolución. Es 1947 y ella no sabía que su destino era salvar al Perú. Había llegado de Huando (Huancavelica) en 1935 a la ciudad de Huancayo. Solo tenía algunas posesiones: un par de vestidos, dos pares de zapatos, sus mágicas manos y 100 soles de la época. Empezó a vender comida en la Calle Real. Sus ahorros le permitieron comprar insumos y utensilios básicos para emprender un pequeño negocio de venta de comida. La gente le empezaba a gustar su sazón, así que ella progresivamente iba acumulando más y más ingresos hasta tener un restaurant cercano a la Plaza Huamanmarca. En 1946 sus hijos fueron fusilados por haber creado la milicia “Huanca Walarsh”, su marido fue ahorcado en la Plaza Constitución junto a otros rebeldes y ella fue encarcelada, golpeada y torturada durante dos meses hasta que… “Me desperté y ahí estaba en Cusco. Mi restaurant fue expropiado, mi familia asesinada y yo ya perdí las esperanzas. Pero los camaradas de mis hijos me salvaron. Metieron un bombazo en su cuartel. Murieron casi todos los Huanca Walarsh solo para salvarme. Les habían jurado a mis hijos que me rescatarían. Solo quedan pocos de ellos, pocos de nosotros… Ahora estoy a las afueras del Cusco, joven. Ahora yo soy la Capitana Tomasa Vila, el terror del Führer, la pesadilla de Himmler, el azote de Prado y la venganza de los Andes, carajo”.
Una mujer que inicialmente se dedicaba a la venta de comida ahora cocinaba una rebelión en los andes. Ella era la capitana de cinco ejércitos de cinco naciones: el quechua, el aymara, el huanca, el chanca y el mestizo. Con apenas cinco mil milicianos armados pobremente con hondas, fusiles y revólveres pudieron evitar que la “Operación Inkaland” sea exitosa en los andes centrales y sureños. Emboscaron a la temible Kampfgruppen Inkaland en un pueblito llamado Chuschi, 900 cadáveres alemanes de la Hitlerjugend sangraron hasta sus médulas. Fueron todos ellos decapitados, sus cabezas fueron puestas en picotas, sus tripas se extendieron como sogas, sus vísceras fueran desperdigadas por todo el campo. Brazos, piernas, troncos alemanes fueron expuestos al sol. Allí se pudrieron y se siguen pudriendo los restos de jóvenes alemanes. “Fue nuestra venganza. Los Panzer no pueden entrar acá. Aprovechamos nuestra ventaja geográfica. La División 88 Panzer de Inkaland es una mierda en los andes. Son temibles en la costa, pero en los Andes son solo chatarra. Lo único que tememos es a la división Pachacutec de la Waffen SS. Esos son unas bestias, son unos carniceros”, declara el azote de Prado después de darle un plato de sopa al chanchorreportero. “Tienes que comer. Ahora estamos acá con frío, pero te aseguro que llegaremos a Lima para 1949. Allí seremos más milicianos. Seguimos recibiendo a más voluntarios. Han dejado sus chacras, algunos vienen con todas sus familias. Todos hablamos quechua. Quizás un poquito distinto los quechuas, pero más o menos nos entendemos. ¡Han dejado todo! Te aseguro que nuestra venganza será total. Llegaremos a Lima en 1949 y le haremos lo mismo a Prado y las familias de hacendados e industriales que nos han dado la espalda. ¡NO LES DEBEMOS NADA! Pondremos todas sus cabezas en picotas: niños, adultos, ancianos. ¡NO NOS IMPORTA! Y quemaremos Palacio y el centro de Lima. ¡JALLALLA¡ ¡JALLALLA!”.
La capitana Tomasa Vila es dura con sus palabras. Prado ordenó que los pueblos campesinos brinden hospedaje, víveres y ganado a las Divisiones Nazis. Los hacendados se aseguraron que las “familias de cholos” obedezcan. Algunos poblados se rebelaron y fueron ejecutados: las mujeres violadas, los hombres despedazados. Los soldados nazis se divertían al ver cómo los capataces introducían dinamita en la vagina de las mujeres. “¡PUM!” A los hombres les cortaban las orejas, la lengua y la nariz con un machete. “¡PARA QUE APRENDAS CHOLO QUIÉN ES LA AUTORIDAD!” Luego de dejarlos desangrar, les daban un balazo y eran entregados los perros de los soldados alemanes. Este tipo de noticias jamás llegaron a Lima o a otras ciudades costeñas o serranas principales. “El Comercio” era el órgano reproductor y aliado de Himmler. Los Miró-Quesada se encargaron de mandar a escribir editoriales donde “alababan la muestra de civilidad y buenas costumbres alemanas”. Los príncipes de la Iglesia Católica Peruana cayeron, como siempre, en el abismo del silencio. Callaron y mandaron a sus subalternos a las ciudades rebeldes donde desde los pulpitos “condenaron a los cholos por no aceptar la palabra de Dios y el orden que Himmler quería para el beneficio del país”. Carteles se colgaba en las catedrales que indicaban lo siguiente: “No se da refugio ni comida a rebeldes. No se reciben denuncias. Esta es la casa de Dios, no un restaurant ni un hotel”.
Las divisiones nazis usualmente no entraban en combate porque para ello tenían a los hacendados serranos y costeños. Ellos eran los cuerpos de choque y si la cosa se ponía fea, ahí recién los soldados arios ingresaban a castigar a los rebeldes. “Ya, ya, ya. Jamás podrria exponerr a mis soldados arrrios a combatirrr con esos cholos salvajen. Estos perrruanos traidorrres serrr carrrne de cañón perrfecten. Odiarrr a los cholos, perrro mirarrrlos a ellos y serr lo mismen que los cholen. JAJAJA. No entenderrr naden, perrro divertirrrme muchen que se maten entre ellos. ¡HEIL! ¡HEIL!”, exclamaba Himmler desde Palacio. Cuando se enteró que 900 soldados de la Juventud Hitleriana fueron descuartizados como ganado, ordenó que El Comercio no informe sobre eso. Se aseguró que ningún medio peruano sepa sobre esa brutal venganza. “SERRRIA CATASTRRROFICO QUE MEIN FÜHRER SEPA QUE 900 SOLDADEN ARRIEN HAYAN MUERRTO ASÍ. ¡¿ESCUCHASTEN MIRÓ-QUESADA DE MIERDEN?! ¡SI SE FILTRRRA ALGO, INMEDIATAMENTE TE FUSILEN A TI Y A TODA TU FAMILIEN, MALDITA ESCORRIA PERRRUANA! ¡ASEGURRATE QUE NADIE SEPA NADA! ¡SIEG HEIL!”, le gritó al patriarca de los Miró-Quesada mientras le pisaba la cabeza y le pateaba.
“Tomasen Vilen, yo matarrrte con mis manen, mierden”, pensó Himmler mientras preparaba el contraataque para conquistar definitivamente el Perú. “Si caen los Andes, ingrrresamos a la selva y de allí al Paititi, Mein Führer esperrra mi victorrria y esa Tomasen no me la quitarrra, no me la quitarrra”