Es 1945 y Hitler está feliz: ha derrotado a la Unión Soviética. Estados Unidos está desesperado pues los rojimios resentidos agentes chavistas han perdido a la mitad de su ejército en la invasión a Berlín. Los comunistas no pudieron darle pelea al Führer y finalmente abandonan Berlín. Los cuerpos de los soldados rojos se pudren bajo el frío alemán y Stalin se tira un balazo que le traspasa la vida. “Concha su madre, este tipo de cosas no hubieran pasado con Lenin”, exclama el presidente Del-ano Roosevelt en la Casa Blanca. Acto seguido abandona Estados Unidos y renuncia vía telegrama: “Renuncio. Concha su madre. Me voy a la mierda. Chau”. Truman asume el mando y no sabe qué chucha hacer. “Ou nou Del-ano de mierda me abandona y encima se muere el motherfucker. I don’t know what to do”. Mientras tanto un país tercermundista donde el 80% de su población es indígena se preocupa: “¡Uy, chucha! Puta, ¿para qué mierda le declaramos la guerra a Alemania, huevón? La cagamos”. El presidente Prado fuma un habano y sabe que su periodo está a punto de culminar. “Puta, fue pues. La cagué. Al menos se demoraran sus toques antes de llegar acá. Puta fresh”
En Europa, la furia del Führer se desata. No tiene piedad e invade Inglaterra. Expropia Hogwarts y fusila a Albus Dumbledore. Nombra como nuevo Ministro de Magia al viejo de Malfoy e inicia una persecución contra todos los muggles. El Führer está feliz: su venganza es dura, inclemente, fría y calculadora, o sea su venganza es alemana. Ha invadido toda Europa y la URSS tambalea. Caerá en algunos meses. Por otro lado, Heinrich Himmler tiene nuevos planes. Le comenta en una cena de gala a Adolf que él quiere iniciar una nueva operación llamada “Inkaland”. “¿Qué chuchen estehn hablandoen Himmler? ¿Qué mierden ser eso?”, pregunta airado el Führer de Fuhrers. Himmler nervioso le dice que es hora de iniciar la invasión a Sudamérica. “Mein Führer, es horra de mostrarr nuestrrro poderrio a esos marrrones salvajes de Sudamérrrica. Hay que invadirrr ya ya ya”. Adolf Hitler jamás había escuchado de ese continente salvaje llamado Sudamérica; él estaba más interesado en bombardear New York y Washington DC…pero Himmler había sido leal y le tenía cariño a ese pelado pajero. “Ya, Himmler, ve y sacarlen la mierden a toden esen doorrpeoplen. ¡HEIL! ¡HEIL!”, ordenó el Führer y una sonrisa babosa se dibujó en la cara del pelado místico.
Cientos de submarinos cruzaron el Atlántico, el océano Pacifico tiembla ante la amenaza alemana. Algunos pescadores huachanos avistan cómo los destructores alemanes se dirigen hacia el puerto del Callao. El Perú tiembla y nadie sabe qué chucha hacer. Prado dubitativo ordena que redacten inmediatamente la rendición incondicional de la república del Perú. “Pero, presidente… este… ¿y dónde queda el honor nacional?”, le pregunta su ministro de guerra. “Oe no seas huevón. Acá la cosa es hablar con el Führer y decirle que pucha fue una broma, pues. Estados Unidos ya fue. Inglaterra está en la mierda. Yo no me voy a arriesgar a enfrentarme a Himmler. ¿Para qué? ¿para salvar el pellejo de algunos cholos? Mi familia y mi gente primero. Lo mismo deberías pensar tú. Iglesias frente a la invasión chilena hizo lo mismo y, mira, le fue bien al concha su madre”, declaró con cinismo el presidente Prado. Mientras Prado revisaba la redacción de la carta de rendición, pescadores chorrillanos valientes se enfrentaron a balazos contra el ejército invasor alemán. Todos fueron fusilados. Murieron como héroes. Se organizaron milicias en todo Lima y en las principales ciudades del país. La resistencia duró un mes. La blitzrieg fue aplicada con éxito en la costa del Perú. Himmler victorioso había convertido el Palacio de Gobierno en un gran hotel. Prado al entregar al Perú incondicionalmente fue nombrado como asesor y protector del Perú. Las principales familias de hacendados e industriales le agradecieron a Prado por haberles salvado el pellejo. El Club Nacional se volvió un agujero de ratas. “Heil, heil, heil. Estos perruanos ser todos unos traidorres. Estos descendientes de españoles mezclados con indígenas tienen la marrrca de traidorrres en el rrostrro. Se mostrrarr como caballerros de rrancio linaje, perrro serrr los primerrros en venderrr sus chacrrras. Nos han dejado el caminen libre para invadirrr este país. Solo quedar pocos indios rrebeldes en las montañen. Los Andes caerrran prrronto. Luego poderr conquistarrr toda Sudamerrica. ¡SIEG HEIL! ¡SIEG HEIL!”, exclamó estentóreamente Himmler en Palacio de Gobierno mientras Prado y las familias de hacendados e industriales aplaudían.
“Ahorrra mi plan serrra irr a Machu Picchu a hacer excavacionen y buscarr al hombrrre arrrio. Tenerr que irr a Cusquen y hacerr mi palacien allá”, pensó mientras devoraba un strudel. El incipiente barrio de La Victoria fue convertido en un gran campo de concentración. Negros, mulatos y mestizos fueron progresivamente registrados en el padrón “DoorVolk”. Algunos miembros de la colonia judía fueron atrapados mientras huían hacia Bolivia. La colonia japonesa se volvió aliada de Himmler. Inicialmente perseguidos por el gobierno de Prado, ahora eran informantes claves del pelado místico. Las colonias alemanas e italianas florecieron de las ruinas del Perú. La Conferencia Episcopal Peruana aplaudía la decisión “pacífica y cristiana del protector del Perú por haber evitado el innecesario derramamiento de sangre. Hacemos un llamado a los rebeldes indígenas a deponer sus armas a favor de la paz”. Los peruanos de a pie circulaban por las calles con un símbolo entre sus ropas: una llama. Así los identificaban. Mientras los Quispe, Rodríguez y Huamanes del Perú perdían su ciudadanía peruana, los hijos de los hacendados e industriales aún podían comer tres comidas al día. No obstante, todo eso iba a cambiar porque un héroe marrón y salvaje emergería de los andes para salvar al Perú una vez más.