Entrevista a Joaquín Yrivarren: “Eso de llamar a la gente ‘ciudadano de a pie’ me llega al pincho, no lo acepto”

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Joaquín Yrivarren, además de sociólogo, profesor universitario y guitarrista, también escribe en torno al papel que juegan los objetos y las tecnologías en las confrontaciones y relaciones entre la gente. “Ruido político y silencio técnico”, su último trabajo, concentra la mirada en el papel que juegan los llamados “técnicos” en el escenario de la conflictividad social. Con un filo bastante crítico, que amplía el enfoque de su texto, ofrece esta entrevista para El Panfleto Perú.

¿Es este un trabajo que se suma a la chamba por comprender cómo influyen los objetos o “actores no humanos” en la sociedad?

Sí, desde el 2011, y es a través de la sociología de la ciencia, donde se aloja este trabajo, que podemos comprender un tanto mejor cómo es que intervienen determinados objetos en la relación del ser humano con el entorno y la naturaleza con la que convivimos diariamente. Ahora mismo, trato de no usar el término “actor no humano” porque llega a ser muy ‘de manchita’, y prefiero hablar de “actor no social”, pero eso es más para joder a quienes se sienten muy sociólogos cuando quieren hablar o escribir sobre un río, un manantial, una cabecera de cuenca.

¿Sientes que la gente es consciente de aquella división de la que hablas en tu libro, cuando te refieres a técnica y política? ¿Sientes que es importante para aquellos a los que llaman “ciudadanos de a pie”?

Ya, por ejemplo, eso de llamar a la gente ‘ciudadano de a pie’ me llega al pincho, no lo acepto. Es más, es algo que el libro se propone, disputar ese conocimiento que parece ser solo de expertos, dejando fuera a los mal llamados ‘ciudadanos de a pie’, que en este país, sumada a cuestiones de piel, es también una forma más de inferiorizar a la gente sin proponer un ideal.

¿Y quién crees que impulsa más esta división entre técnica y política: la academia o el Estado?

Es un razonamiento moral que, básicamente, pretende poner por encima al técnico o ‘especialista’, dejando por debajo a la gente a quien se acusa luego de ideologizado, de poseer creencias absurdas, del tipo ruidoso que te hace manifestaciones, que altera el orden; asumiendo que al otro lado hay un experto silencioso que ofrezca certidumbres, y resulta que no, que el técnico –con sus propios términos– también es ruidoso, usa estigmas y es tan confrontacional como aquellos (la gente) a los que critican tanto. No es cierto entonces que estos sean los que lleven la “esperanza técnica” frente al “ruido político” en medio de un conflicto social, por citar un ejemplo.

¿Cómo queda entonces la relación de desigualdad social frente a esta diferencia entre los que se disputan el conocimiento adecuado?

Hay una mejor distribución del conocimiento de lo que uno podría imaginar. Solo estudiando, como yo hice, las disputas en torno al conflicto de Conga, pude darme cuenta que más y mejores profesionales ‘especializados’ están siendo contratados por la gente para que traduzcan sus formas de ver el mundo y creencias en un lenguaje técnico. Hace algunos años existía una frontera más gruesa entre establecidos y marginados. Eso se ha reducido y ahora existe un mejor diálogo entre especialistas y la gente. El verdadero problema es en realidad el estilo del diálogo.

¿Y qué tanta responsabilidad queda para ser asumida por los técnicos?

Si en algo incide el libro, es en la idea de que los técnicos en nuestro país poseen poder pero no autoridad, y eso es algo que se puede ver tomando como ejemplo lo que ocurrió con “los puentes que se desplomaron sin caerse” y con la respuesta del Alcalde de nuestra ciudad que salió a hacer frente a las críticas, señalando que la naturaleza puede vencer a la ingeniería. En un país con voces técnicas firmes, aquello no habría sido posible sin escándalo. Esto demuestra que el conocimiento técnico puede ser poder, pero no necesariamente autoridad.

Entonces poseen responsabilidad…

No quisiera que se piense el libro como un trabajo de Joaquín que se suma al desprecio de la técnica, de la tecnocracia. No. Yo, siendo músico también, sé cuánto importa la técnica para alcanzar la belleza, la estética, pero una cosa muy distinta es esperar todo del técnico, atribuirle la esperanza en el conflicto, cuando en realidad se trata de mejorar nuestras maneras de acercarnos al diálogo. Eso.

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