En febrero de 2012 Vargas Llosa pisó, por enésima vez, la ciudad de Piura. Pero en aquella ocasión su propósito era más claro: quería visitar a un viejo poeta campesino que se había convertido en leyenda en la región, Fernando Barranzuela, quien vivía en Yapatera, el pueblo negro más grande del Perú y a 55 km. de la capital regional. Hacia allá fue con su séquito.
Esa mañana, la placita empezó a llenarse de curiosos y Vargas Llosa no quería esperar más. Temía la llegada de la prensa: la estaba esquivando desde hace dos días que había llegado a Piura.
—Llamen a Fernando Barranzuela— dijo.
Pero el cumananero no estaba en su casa. Fue cuando Luis Sosa se percató del detalle: el número del celular de Barranzuela estaba escrito en la fachada, y tomó su BlackBerry blanco, de ribetes verdes. ¿Aló, Con Fernando Barranzuela?, no corte porque le va a hablar Mario Vargas Llosa, dijo, y después le pasó el celular al escritor. Barranzuela, sin embargo, al otro lado de la línea no fue capaz de reconocer la voz, y sintió que era la peor broma de su vida —ya había tenido muchas: llamadas de Obama, Bin Laden, y el Presidente del Perú—, y respondió:
—¡Deja de joder, huevón de mierda…!
Pero él me insistió que sí era, dice Don Fernando, y luego me dijo “toma una carrera y vente a Yapatera que te estoy esperando, quiero hablar contigo”.
(De la crónica “El sabio que resondró a Vargas Llosa”. En coautoría con Luis Paucar Temoche. Con la grata compañía del periodista de La República Enrique Villegas Rivas. En la fotografía, Fernando Barranzuela en la fábrica de azúcar, en Yapatera)