Crónica de la choledad: Un día en la vida de José María Arguedas

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    Amanece y JMA se quiere matar. Diligentemente ya le ha avisado a medio vecindario sobre su muerte, al tío que vende diarios le ha pedido que no venda periódicos el día de su muerte “para evitar la pena”, a sus alumnos les ha indicado que la exposición se adelanta ya que él estará muerto en el día señalado por el silabus, al conserje de la universidad le ha suplicado que limpie bien su sangre y si puede que ayude a cargar su cadáver. JMA se quiere matar y ni Pachacamac lo puede evitar. Cada vez que tomamos una res, él siempre tiene los mismos pedidos irracionales. “Musuq, mañana me mato, ¿leerías esta carta cuando me sepulten?”, “Musuq, cuando me muera, ¿llevarías estas flores a mi ataúd?”, “Musuq, ¿comprarías este terno cuando me muera?”, “Musuq, no quiero que el piurano cante Mi chilala ni hable sobre Corazón Serrano. Ya me tiene podrido con sus papers sobre cumbia”, “Musuq….” “¡YA, CÁLLATE, CARAJO! Así no voy a poder chupar mi pisco. Mira, ya vienen las chicas y los tequeños y cállate, carajo. No me cagues el plan”. Era difícil estar ebrio al costado de él. Solo iba a chupar con JMA porque siempre lo seguían estudiantes de intercambio… además que era mi causa. “Todo lo que hago por un tire, carajo”

    Una semana antes de su suicidio, JMA anunció por altoparlante que se iba a matar. Toda la Agraria ya estaba advertida de su muerte con antelación. Algunos compañeros me comentaron que transitaba con una bicicleta repartiendo volantes sobre el día de su muerte. También vendió rifas para pagar a dos orquestas típicas que iban a tocar en su funeral. “Profe, Arguedas, ¿cuál es el premio?” El premio era un viaje Lima – Andahuaylas – Lima. Pobres alumnos. Asimismo, le rogaba a cualquier alumno, docente o administrativo transeúnte que, por favor, venga enternado y bien aseado el día de su muerte. Sus ojos destilaban ansiedad: verifica que entiendan el mensaje. “Me voy a matar y no quiero gente sucia el día de mi muerte”.

    Los alumnos están preocupados por la muerte del maestro, sobre todo el más flojo. “Profe, voy a jalar el curso. Necesito dar ese examen el lunes. ¿Puede matarse el martes?”. Arguedas solloza y le cuenta cómo él es la hechura de su madre. Recuerda cómo era maltratado por su madrastra y recuerda también el cariño de los indios. “Profe, ya pe’, el lunes”. JMA responde “Ari, warmallay. Ama waqaspalla, sonqochay”. Después de unas décadas, el alumno más flojo sería el decano de la Facultad de Ciencias Sociales de UNMSM. Lo invitaban a inaugurar siempre los coloquios de Antropología. Allí contaba llorando cómo el maestro le ayudó en momentos difíciles. “Nunca debió morir. Nunca me tomó el examen”.

    JMA no sabe qué día matarse y los apus no pueden dormitar tranquilos. “Niño, ¿cuándo se mata?”, preguntan los apus. “Tenemos otros entierros y rituales que atender. Apúrese, por favor”. Los apus también se cansan de las amenazas de suicidios.

    El diablo mestizo siempre hablaba de morir. Cuando estábamos tomando nuestra última res en el Queirolo; me agarro del brazo y me llevó al baño. Sacó un cuchillo y probamos el dolor. “Au, concha tu madre. ¡¿Qué haces?! ¡¿ESTÁS LOCO?! ¡DUELE COMO MIERDA!”, le grité. JMA solo me respondió que también tenía clonazepam, alprazolam y demás ansiolíticos. “Si quieres, tomamos. Duele menos”. Me alejé de él. Era un hombre dulce, pero a la vez perverso porque siempre me hablaba de morir. “No te voy a seguir los pasos, breder. Ni cagando la hago, loco. Podemos chupar sus toques unas reses. Mira, ahí están las chibolas esperando que les cantes en quechua. Apoyame, breder. Hay que agarrarnos a botellazos, pero matarme no way, chuls. No la he hoy; mañana sí, si deseas”

    Luego de dos años me enteré que se mató. Lloré en el Queirolo. Lloré mucho.

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