Siempre me ha inquietado el poder escribir sobre la experiencia de los cholos y el sexo. Como especialista en este tipo de temas, he realizado una serie de incursiones urbanas en diversos distritos de la capital: Puente Piedra, Carabayllo, Ate Vitarte, San Martin de Porres, Jesús María, Santa Anita, Los Olivos, San Miguel, Breña, entre otros más. Asimismo, animado por mis colegas, decidí viajar hacia tierras exóticas para poder obtener mayores insumos para esta crónica sobre hoteles y amor cholo. De esa manera, he pernoctado, a lo largo de meses de trabajo de campo acurrucado a mi grabadora, en las ciudades de Huancayo, Huamanga, Trujillo, Chiclayo, Cajamarca, Jaén, Arequipa, Cusco, San Martin de Pangoa, Mazamari, Huaral, Chancay, entre otras.
He podido observar como las tribus urbanas de adolescentes han podido acceder a hoteles de medio pelo con sus eventuales parejas. Una promesa de amor o sexo fácil se configura simbólicamente cuando un Steven le dice a una Yahaida “¿Tiramos?”. Sin embargo, el joven enamorado debe enunciarse a sí mismo como portador autorizado del acto sexual a través de un objeto cultural como un oso de peluche de 5 soles. No, en el mundo cholo no hay tiempo para el cortejo sofisticado. Si un Jonathan quiere salir con una Melany de esa especie, debe ser cauteloso y procurar ser lo más distante posible. No se puede enamorar ni tampoco puede prometerle tiempo. De esa manera, también, he visto morir a varias jóvenes promesas del raqueteo tratando de ofrecer algo que no tienen: dinero. En el caso de Lima, cuando un joven cholo corteja a la hembra de su especie, la lleva usualmente a comer choclo con queso, papa con queso o papa con papa en la Av. Uruguay. O en el caso del Cusco, llevarla a comer un menú de 5 lucas en la avenida Tullumayu, además de pedir que el mate esté caliente y, bueno, agregarle un poco de ron Pomalca. Otro caso parecido es Huancayo: Si un cholo tiene ganas de tirar y comer, lo más próximo es ir al puesto del Chespi en el Paseo La Breña. Un buen chaufa con piezas de carne perruna es el condimento esencial del sexo huanca. Así se conquista el corazón y los favores de mujeres periurbanas marginales. El caso de Piura es distinto, allí se inician a la tierna edad de 13 años con Joseellyn, la burrita norteña más buenamoza. Su vagina bestial ha alegrado a cientos de miles de jóvenes piuranos.
Una etno-crónica del amor: el caso de Yordi y Jeny
Acceder a un espacio orientado a satisfacer las necesidades sexuales de todo un asentamiento humano o de un ‘barrio emergente’ conlleva realizar una serie de pasos ritualizados donde el sujeto masculino debe ofrecerle a la hembra de especie algo más que pagar 15 soles por tres horas de placer carnal. Para ello, describiré densamente el caso de Yordi. Yordi es un joven de 18 años que ha desertado el colegio para dedicarse a ser mototaxista de día y raquetero de noche. Consume marihuana con regularidad y vende ‘chamos’ a los ocasionales clientes que suben a su mototaxi. Es conocido en el barrio gracias a que es un ‘campana’ efectivo y siempre está dispuesto a ayudar a sus amigos en caso de problemas económicos: los ayuda, impulsados por su mototaxi, a asaltar a transeúntes por las noches.
Yordi tiene una novia llamada Jeny. Ellos ya vienen saliendo por dos semanas. Él la invita todos los días – si es que no hay transeúntes a los cuales asaltar – a pasear al interior de su mototaxi. Para enamorarla y emborracharla, él compra un ron de 10 soles y una botella de cifrut – que ella le fascina -; estaciona su mototaxi en un parque de ‘barrio emergente’ (estos parques se caracterizan por ser más arenal que césped) y prende la radio. El reggeaton y la chicha chacalonera mágicamente desnudan a Jeny. No obstante, una señora que paseaba a su perro empieza a gritar “¡Serenazgo! ¡Serenazgo!”. Yordi quiere bajar del mototaxi y romperle la cabeza con una piedra a la tía insolente que interrumpió su sesión amatoria, pero Jeny interviene y le dice “Mejor vamos a Secretos”. Yordi revisa su canguro: entre ‘mixtos’, monedas de diez céntimos y restos de coca encuentra a nuestro gran amigo Raúl Porras Barrenechea. Es brillante saber que el historiador sea el símbolo del amor entre marrones periurbanos marginales (disculpen el pleonasmo). Excitado y drogado va a más de 30 km/h.
Ya en la recepción del hotel, el cuartelero le dice “Flaco, solo tenemos habitaciones de 25”. Yordi mira a Jeny y Jeny mira al cuartelero y el cuartelero mira a Yordi. “Chino, apoya pe’. Mañana te pago, firme barrio. Soy el Yordi, yo trabajo con tu primo Charlie. Él me conoce. Tengo 20, ¿puede ser? Habla”. Jeny sigue mirando al cuartelero y el cuartelero ahora mira de reojo a Jeny para luego sonreirle a Yordi. “Pasa primo. Luego arreglamos”. Yordi sonríe, Jeny sonríe y el cuartelero le da caletamente a ella dos cajas de Gents. “Pasa primo. Luego arreglamos”, piensa el cuartelero cachosamente.
Yordi encuentra sobre la cama una toalla sucia, un jabón medio usado y un rollo rosado de papel higiénico. Las luces son tenues. Solo se ve el rostro alcoholizado de Jeny. Ella le pide marihuana o mejor aún “¿Me parchas, mi amor?”. El canguro se vacía inmediatamente, las monedas de diez céntimos caen al piso de mayólica. Van juntando poco a poco la coca con sus dedos. Los lamen y se besan apasionadamente. “Te amo, puta. Se me ha parado la pinga, quiero cacharte por el culo”. Ella le mira, le sonríe y se baja el pantalón. Ella como sea va formando una precaria línea blanca de cocaína sobre una mesa de melamine. Las luces tenues del cuarto van aumentando, ahora todo se vuelve claro. Yordi sigue intentando darle placer a Jeny. “¡Toma, mierda!”, le grita. Ella, inmutable, besa la mesa buscando chupar toda la cocaína del hotel Secretos. Ambos acaban. Ella se sube el pantalón y se echa sobre la cama de dos plazas. Las espaldas de ambos sienten cómo los resortes crujen de dolor. Yordi prende la tele y pasa de canales hasta llegar al canal 102. El hotel Secretos posee un circuito cerrado donde pasan películas porno. Ambos están callados. Se escucha a una mujer gimiendo. Una mujer gime muy fuerte, muy fuerte. Se escucha a una mujer gimiendo en el Secretos. Yordi y Jeny se cagan de risa. El muchacho marrón agarra su botella de ron y se mete todo el trago en la boca. Le da el restante a Jeny, quien lo acaba todo. Ella le pregunta a él: “¿Nos estarán grabando? He visto en un programa del domingo que graban a las parejas cuando van a tirar en telo, ¿tú crees? Lo llaman los TeloTubes”. Él le responde que “Ni cagando. Y si nos graban, puta, no hay nada que perder pe’. Nos hacemos millonarios como estrellas porno, pe’. Mira este cuerpito caribeño”. Ambos se ríen.
Pasan dos horas más y deciden ‘jalarse’ del cuarto. El cuartelero le entrega el DNI con una boleta a Yordi, él devuelve el control de la tele. Le tiende la mano a José, nombre del cuartelero, y se despide. “Gracias, primo”. La mototaxi va volando hasta dejar a Jeny a una esquina de su casa. Ella le besa y le dice que la ha pasado de puta madre con él, que quiere volver a verlo, que lo ama, que muchas gracias por el peluche, que estuvo lindo, que quiere muchas cosas de él, que, que, que, que, que…. Yordi la mira amablemente y piensa “¿A qué hora te vas, carajo? Me cago de sueño; quiero comer y prender mi celu. Fácil la Yahaida me ha llamado y quiere salir, puta madre. ¡YA VETE!”. Jeny le da un último beso y se va corriendo a su casa.
Es de medianoche y la mototaxi de Yordi vuelve a pasar por el hotel Secretos. Ve que más parejas ingresan y sonríe. “Ese José debe estar rayando, concha su madre. Sé que te has comido a Jeny, pero no hay paltas, causa. No hay paltas”. Borracho y drogado vuelve a su cuarto.